Escritura empieza con E de estilo - El lector y el tono del texto

Nos acercamos al final de esta serie de artículos, pero todavía queda un apartado vital que tratar. Como he dicho en varias ocasiones a lo largo de estas entradas, la función principal de un texto es siempre transmitir un mensaje al destinatario. Comunicar. El lector, por tanto, siempre tiene que estar en la mente del creador de un modo u otro cuando da forma a su narración.

·Adecuarse al destinatario: Escribir textos literarios es una práctica unida indisolublemente a conceptos abstractos como la imaginación, la creatividad o la inspiración individual. Es un acto profundamente personal y anclado en el ser del autor. Por tanto, existe una regla básica y de sentido común que dicta que el primer sujeto al que el escritor tiene que complacer es a sí mismo. Tiene todo el sentido del mundo: si la historia que estamos creando no nos gusta, ¿qué sentido tiene escribir?

Ahora bien, ¿debemos solo pensar en nosotros mismos? En mi opinión, no. Insisto: tenemos que estar convencidos de lo que escribimos, pero al mismo tiempo es más que aconsejable la habilidad de adaptarse.

Quizás tenga que señalar que no me estoy refiriendo a claudicar ante las modas, a que el autor cree sus novelas en base a lo que está pegando fuerte en el mercado. Soy de los que piensan y trabajan con la idea de que es la historia la que elige al autor, y no al revés. En realidad hablo de adaptarse al lector tipo que creemos puede ir dirigida la obra (por temática, trama, estilo, etc…), sea más o menos numeroso. La adecuación es la propiedad para adaptar la comunicación a las necesidades concretas de cada tipo de texto. Es sin duda el elemento más importante que debe tener en cuenta un escritor: el lector, un grupo heterogéneo incluso dentro de su nicho particular, pero con particularidades en común que debemos atender.

Pondremos un ejemplo: imaginemos que una novela infantil como las de la exitosa serie “Las aventuras de Alfred & Agatha”, de mi compañera y amiga Ana Campoy, estuviera escrita con un lenguaje y un estilo enrevesado, con tramas muy complicadas y personajes con profundos dramas personales. O escenas inapropiadas y palabras soeces. No tendría ningún sentido, y erraría en el acercamiento a su público tipo: los niños. En el otro lado de la balanza, un thriller sexual donde el autor insiste en dulcificar la trama o utilizar un estilo “de cuento de hadas” sería también un fallo monumental.

Tenemos que ser conscientes de a quién queremos llegar con nuestras obras. El lector al que se le pretende vender una novela de terror gore se sentirá estafado si nuestra obra no contiene los elementos imprescindibles del género, entre ellos un tono duro y sucio. O una distopía, que en principio, debe transmitir una sensación de desesperación a través de la narración: escenarios grises, personajes apagados, etc…

En definitiva, no todos los temas requieren el mismo tratamiento. No podemos (o no debemos) subirnos en un pedestal y ampararnos en ese “yo siempre escribo así y al que no le guste que no me lea”. No al menos si pretendemos escribir para más de un tipo de lector a lo largo de nuestra trayectoria como escritores. Los temas condicionan el público receptor y, por extensión, el tipo de texto y el lenguaje requerido.

No olvidemos nunca que un libro sin lectores es una historia a medias.