Artículo Historia, Lerna. El legado del minotauro

La realidad histórica tras «Lerna. El legado del minotauro» – 10

El despertar de Irlanda

La mitología tiene sus propios mecanismos de narración, y es en este aspecto donde se separa de la Historia. Al servir a un fin concreto (en el caso del «Libro de las Invasiones» crear un mito fundacional), estos relatos suelen crear manipulaciones interesadas en favor de este objetivo. Las leyendas gaélicas en las que se basa «Lerna. El legado del minotauro» nos hablan de los pueblos que llegaron para ocupar la prehistórica Irlanda, lo que podría dar cabida a pensar que antes de estos la isla estaba desierta. Nada más lejos de la realidad.

Una Tierra Durmiente quizás no tan dormida

Lunulae hallada en Blessington, Irlanda, datada entre el 2400 y el 2000 a.C.

Existe evidencia de presencia humana en Irlanda desde el Mesolítico al menos, en plena Edad de Piedra. Se trataba de comunidades de cazadores y recolectores que, con el tiempo, también desarrollaron otras habilidades como la metalurgia. Son famosas piezas como las lunulae, collares laminados de oro con forma de cuarto creciente lunar que se forjaron en la Edad del Bronce Antiguo, y que menciono en la novela. No olvidemos que Irlanda era una isla rica en yacimientos de oro. Se cree que estas piezas tan características, o al menos su técnica de forjado, fueron exportadas a otros lugares de Europa, lo que significaría algún tipo de contacto entre estos primeros irlandeses y los habitantes del continente.
Quizás estos fueran los antepasados de los fomorianos que menciona «El Libro de las Invasiones». Los constructores, además, de complejos funerarios tan increíbles y bellos como Newgrange (anterior a Stonehenge en mil años y a la Gran Pirámide de Giza en otros quinientos). O también de los monumentos y túmulos de un lugar especial y muy importante en mi novela: la Colina de Tara.

La Piedra del Destino

En este paraje tan hermoso y significativo para la tradición irlandesa (y para mi novela) se da otra de esas incoherencias entre el mito y la Historia demostrada. La Colina de Tara contiene, entre otras construcciones, la conocida como «Fortaleza de los Reyes», una fortificación de la Edad del Hierro con casi mil metros de circunferencia.
Pero si hay algo que destaca en este sitio mágico, y que se acapara todas las fotografías de los turistas, es sin duda la Lia Fáil, la Piedra del Destino. Se trata de un menhir junto al que, según la tradición irlandesa, se realizaba la coronación de los Grandes Reyes de Irlanda. Fue traída a la isla por uno de esos pueblos que llegaron en el Libro de las Invasiones, los Tuatha Dé Danann, y se dice que cuando el legítimo rey de Irlanda la toca, la piedra grita como aprobación.


La realidad, sin embargo, es mucho más mundana, aunque no por ello menos fascinante. Este menhir, al igual que el resto del complejo de Tara, data del neolítico y tiene una edad al menos de cuatro mil años. Uno de los edificios se cree que es incluso más antiguo en otros mil años: el Montículo de los Rehenes (que Starn visita en uno de los capítulos de mi novela), con un pasillo que se alinea con la puesta de Sol el 8 de noviembre y el 4 de febrero. Curiosamente (o no tanto), estos dos días son las fechas en que se celebran dos de las fiestas célticas más conocidas: Samhain e Imbolc.

La llegada de los celtas

Los celtas son uno de los pueblos más famosos de la antigüedad y a la vez de los más desconocidos. No todo el mundo sabe que formaban parte de los grupos proto e indoeuropeos establecidos en las regiones en torno al mar Negro y el Caspio. Algunos incluso creen que surgieron directamente en Irlanda o, como mucho, Francia.
Los indoeuropeos fueron comunidades con una alta movilidad, posiblemente nómadas en un principio, lo que hizo que se expandieran en varias oleadas desde el primer instante según una de las teorías más aceptadas, la tesis de los Kurganes. Algunos de ellos se asentaron al norte de los Alpes, según Heródoto, quien para referirse a ellos usó por primera vez el término «celta» (o «keltoi» realmente), en el siglo V a.C. Se trataba de sociedades tribales que compartieron una cultura material durante la primera Edad de Hierro (periodo Hallstatt) y su continuación (periodo La Tène). Pero, para cuando los griegos empezaron a llamarlos «celtas», algunas de esas comunidades indoeuropeas hacía mucho tiempo que se habían desplazado hacia el oeste. Tras recorrer toda Europa llegarían a las Islas Británicas y por tanto a Irlanda.


Pero quizás estos nuevos irlandeses no fueron los primeros en despertar a la Tierra Durmiente, lo que muestra interesantes paralelismos con las diversas oleadas descritas en «El Libro de las Invasiones». Tal vez hubo otros lo hicieran antes, y posiblemente llegando desde un lugar que nos resulta más familiar: nuestra península ibérica.
Hace unos años cobró bastante importancia en la prensa un estudio genético, dirigido por el profesor Ángel Carracedo (catedrático de Medicina Forense de la Universidad de Santiago de Compostela), que relacionaba a los irlandeses con los pueblos que ocupaban la actual región gallega. Esto no significa que los antepasados de los irlandeses sean gallegos, cabe matizar. Al fin y al cabo, en aquella época no existía una Galicia como tampoco había una Irlanda. Ni siquiera se puede decir que fueran celtas, porque estos todavía no existían como tales. Lo que aquel estudio establecía únicamente (y no es poco), era una conexión genética entre los habitantes del norte peninsular y las Islas Británicas (incluida Irlanda). Según Carracedo, el territorio del noroeste peninsular pudo servir como refugio durante la última glaciación. Tras el deshielo, hace unos doce mil años, parte de esa población se desplazó a Inglaterra e Irlanda. El momento de ese desplazamiento es por supuesto una incógnita (pudo ser incluso miles de años después), pero vemos aquí de nuevo una semilla plausible para las leyendas del Libro de las Invasiones: ¿fueron estos primeros pobladores los fomorianos que Partolón encontró a su llegada?
No es este el único estudio genético al que podemos acudir. Anteriormente, Bryan Sykes (profesor de genética humana en la Universidad de Oxford) publicó un libro llamado «La sangre de las islas» basado en un estudio propio sobre diez mil voluntarios, gracias a los cuáles estableció el mapa genético de Inglaterra e Irlanda. Este análisis confirmaría, al igual que posteriormente lo haría el de Carracedo, la vinculación entre la población actual de las islas con antepasados llegados del norte de la península ibérica.

Conclusión

Como vemos, la posibilidad de que Irlanda recibiera varias «invasiones» desde el continente europeo, tal y como relata la mitología irlandesa, tiene peso desde el punto de vista científico. Tal vez todos estos primeros ocupantes de Irlanda transmitieron sus distintas odiseas a sus descendientes, generación tras generación, hasta que el paso de los siglos las mezcló, desvirtuó y convirtió en lo que los monjes cristianos conocieron (y volvieron a modificar). Eso es algo que queda dentro de la más pura especulación. Pero resulta agradable creer que detrás de toda mitología existe un poso de realidad que el tiempo y la memoria humana han alterado.
Y la Historia es la mejor herramienta que tenemos para buscar ese contexto verídico.

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