En el primer artículo de esta serie hablábamos de las tres normas básicas de cualquier texto: Adecuación, cohesión y coherencia, así como las cualidades que se buscan con ellas (claridad, variedad, naturalidad, precisión y corrección). La pregunta que surge ahora es cómo alcanzamos esta meta. Para crear la armonía informativa de nuestro texto debemos dominar el léxico, la construcción gramatical y la ortografía basándonos en los tres preceptos mencionados anteriormente. Pero para resultar más ilustrativo enumeraré durante varios artículos algunos consejos básicos de estilo de redacción para cualquier texto, sea del tipo que sea.
La escritura se basa en un precepto clave que es la economía. Podemos aplicarla en un sinfín de consejos, pero probablemente el más importante hace referencia a la construcción de las oraciones. Frases sencillas y breves (relativamente), en contraposición a una redacción ampulosa, rebuscada o demasiado extensa. Veamos más de cerca ambas:
·Sencillez: Lo sencillo siempre es mejor que lo complicado. Es una regla que sirve tanto para la vida en general como para la escritura. Es muy común en los escritores que empiezan el buscar un lenguaje rebuscado con el que ser originales y parecer cultos. Pero los estilos ampulosos, con construcciones recargadas que solo demuestran el interés del autor por llamar la atención sobre la redacción, no son amigables para el lector habitual. Veamos un ejemplo:
“En la hora en que la dorada faz del astro rey se enseñorea de los cielos, el cortante filo del acero del enemigo hendió en mi rosada blandura, en una estocada de inapelable destino.”
Vemos una frase rebuscada, donde el autor se excede en su intención de ofrecer una narración culta, y que con toda probabilidad cansará al lector. No quiere decir esto que el escritor deba reprimir la experimentación con el lenguaje o rebajar el nivel de su vocabulario. Más bien hablo de equilibrio, de pensar ante todo en ese lector al que pretende llegar y en lo que demanda la obra. Observemos de nuevo la frase anterior bajo una nueva luz, revisada:
“Al llegar el funesto mediodía, la espada de mi enemigo cortó mi carne de una estocada inapelable.”
Mucho más agradable, ¿verdad? Y, además, comprensible, que es en el fondo lo que pretende el escritor, el fin último de la literatura.
La sencillez es, de hecho, santo y seña de los más grandes escritores, porque implican una conexión y un dominio de la lengua. Fijémonos en uno de los mejores autores de la Historia, J.R.R. Tolkien (extraído de su primera obra, “El hobbit”):
“En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.”
Vemos la sencillez de la narrativa, que conlleva una lectura agradable pero no exenta de belleza e intención. Adornar en exceso solo lleva al autor a parecer presuntuoso. Hacer que nuestra redacción parezca sencilla, limpia, es señal de que el escritor controla la obra, y no al revés.
·Brevedad: Todavía guardo los primeros textos que escribí. Se trata de relatos e incluso alguna novela que nacieron hace una década y que conservo por puro sentimentalismo. Y en las (pocas) ocasiones en que he ojeado todo ese material, me ha asombrado ver el tipo de oraciones que construía. Eran frases largas, larguísimas, extensos parlamentos donde apenas utilizaba puntos durante todo un párrafo. Este es un tremendo error. No se trata, por supuesto, de que todo el texto sea una sucesión de oraciones tipo telegrama, pero sí de ser concisos y no marear al lector con oraciones tan largas que requieran un gran esfuerzo para comprender lo que se pretende transmitir. Es tedioso encontrarse con frases que ocupan medio párrafo. Debemos buscar la extensión adecuada teniendo en cuenta que las oraciones cortas son más eficaces para transmitir una idea.
En conclusión: Busca la sencillez y la brevedad a la hora de construir tus oraciones. El lector te lo agradecerá.
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