Artículo Historia, Lerna. El legado del minotauro

La realidad histórica tras «Lerna. El legado del minotauro» – 5

5- La Creta del Rey Minos: la primera gran talasocracia

Durante la concepción de una novela existe un momento mágico en el que todas las piezas encajan y el autor se da cuenta de que ya lo tiene. En «Lerna. El legado del minotauro», ese instante llegó cuando me decanté por usar la civilización minoica como base histórica para los orígenes del Partolón de las leyendas fundacionales irlandesas. Quizás, es cierto, existía cierto desfase con las fechas bíblicas mencionadas en la mitología celta, pero decidí obviarla ante las posibilidades argumentales que me brindaba la sociedad cretense antigua. Al fin y al cabo, la cronología bíblica está muy lejos de tener una confirmación académica.

Por qué la cultura minoica

Uno de los puntos esenciales para elegir a los minoicos era que, de este modo, Partolón seguía ligado al mundo prehelénico, tal y como cuenta la leyenda. Quizás no llegaría de Sicilia, pero sí de otra isla, Creta, cuya cultura estaba en ese momento más avanzada que ninguna otra. No en vano se suele decir que la minoica fue la primera civilización europea.


En la época en que se desarrolla la novela, que correspondería con el período conocido como Minoico Neopalacial (1700-1350 a.C.), la cultura cretense dominaba el mar Egeo. Curiosamente no lo hacía con puño de hierro, sino que se valía más de su poderío comercial y de las estrategias diplomáticas. De hecho, en los yacimientos minoicos no se ha encontrado ni una sola estructura de ámbito militar, ya fuera defensiva u ofensiva.
Siendo como era una colosal talasocracia, dominadora absoluta de los mares, la llegada de una flota de minoicos a costas tan alejadas como las del Atlántico no es en absoluto una locura. Hay constancia documental y arqueológica de relaciones comerciales entre las culturas del Egeo y los pueblos atlánticos, pues los primeros necesitaban el ámbar o el estaño que se producía en el norte para su industria metalúrgica. Ambos materiales han sido encontrados en Creta, aunque no son originarios de la isla. Es más, en el arte rupestre de la costa gallega se han hallado representaciones de barcos de aspecto mediterráneo de finales del tercer milenio antes de cristo, lo que conectaría directamente con la cultura minoica. Pero trataré ese tema más en profundidad en otro artículo.

La conexión Creta-Irlanda

Hay otros aspectos que, aunque de manera más subjetiva, conectan dos culturas tan alejadas como la minoica y la celta irlandesa. Se cree que los dos pueblos adoraban a una diosa madre que representaba a la mismísima tierra, algo por otra parte muy común en diversas sociedades antiguas. Dicha figura estaría asociada especialmente a una criatura como las serpientes, cuya muda de piel podía tener un simbolismo cercano al cambio de las estaciones y la fertilidad de los cultivos.
También sus dioses varones parecen concebidos con el mismo patrón. No está muy claro qué divinidades adoraban los minoicos, pues a día de hoy su escritura, conocida como Lineal A, todavía no ha sido traducida. Sin embargo, los micénicos que los sucedieron nos dejaron ciertas pistas. Existen menciones a un gran dios principal, cuyo nombre nos es más que familiar: Poseidón. O más concretamente «Posedawone», que es el término que aparece en ciertas tablillas micénicas escritas en Lineal B (este idioma sí identificado). Este Poseidón es por tanto anterior a las divinidades olímpicas, algo que tampoco sorprende pues los helenos se apropiarían de muchos dioses extranjeros para incorporarlos a su cosmogonia. Y su condición de «dios del mar» es también posterior. Una de las teorías etimológicas argumenta que «Posedawone» significa «esposo de la tierra», en referencia a esa gran diosa mencionada antes. A quien fertilizaba cada temporada de siembra, pero que también era de genio volátil. Y cuando se enfurecía… la tierra temblaba. Algo que explicaría para los minoicos los constantes terremotos a los que se veían sometidos (Creta se halla en una placa tectónica muy sensible).
Pero aquí viene lo interesante: este Poseidón minoico-micénico está relacionado con un animal con un gran protagonismo también en las leyendas irlandesas: el toro. El mito del Toro de Creta nos cuenta que Poseidón hizo salir del mar un espléndido toro blanco, que entregó al rey Minos (y al que mucho después tendría que derrotar Heracles durante sus famosos trabajos). Pero era una bestia tan soberbia que, en lugar de matarlo, el regente lo convirtió en el semental de sus rebaños. El dios, enfurecido, hizo que la reina Pasífae se enamorara de la criatura y concibiera de él una criatura grotesca, un monstruo, el Minotauro.
La importancia de los toros entre los minoicos se ve por todas partes, desde la arquitectura de sus palacios hasta sus famosas danzas sagradas taurinas. La simbología de los cuernos lo acerca a deidades celtas como el Cernunnos galo o el Derg Corra irlandés que, aunque identificaban a esos seres con los ciervos, siguen un patrón común.
Los toros en cualquier caso eran igual de admirados en tierras irlandesas celtas. «El robo del toro de Cuailnge» («Táin Bó Cúailnge») es una de las historias más conocidas del Ciclo del Ulster, en la que se narra la discusión matrimonial entre los reyes de Connacht, Aillil y Maeve, que acaba desembocando en una auténtica guerra civil. El motivo: que Aillil tenía un hermoso y fuerte toro, el Blanco Cornudo. Incapaz de aceptar ser menos que su esposo, Maeve se propuso conseguir un toro superior, y lo encontró en el Ulster: el Pardo de Cuailnge. Pero su propietario no quiso cedérselo y así se desencadenó el conflicto entre territorios. Al final, la reina se hizo con la bestia, pero el Pardo se escapó y vagó por toda Irlanda en busca del Blanco Cornudo. El enfrentamiento entre ambos estremeció toda la isla, la tierra tembló y hombres y mujeres no se atrevieron a salir de sus casas, hasta que se mataron el uno al otro.

The Cattle Raid of Cooley (The Setanta Wall, por Desmond Kinney)

Resulta evidente que estas similitudes no son prueba fehaciente de ninguna conexión directa. Como decía antes, la adoración de dioses que representan distintas facetas del mundo era habitual en muchas regiones antiguas. Pero la cultura minoica era tan rica y apasionante que tomé la decisión sin reparo alguno. ¿Cómo iba a resistirme a la idea de ambientar una novela en escenarios tan fabulosos como el palacio de Cnosos? Según Homero, Creta contaba con noventa ciudades, que supuestamente actuaban independientemente unas de otras como era habitual en la antigüedad. Sin embargo, todas ellas parecían supeditadas en importancia a la gran joya de la civilización minoica.
Cnosos, el hogar del mítico rey Minos.

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