En el anterior artículo comentábamos la necesidad como escritores de poseer un vocabulario amplio para poder evitar repeticiones mediante el uso de sinónimos. Pero, en ocasiones, el remedio es peor que la enfermedad. ¿Qué ocurre si nuestro vocabulario es mucho mayor que el del lector?
·Uso de palabras rebuscadas: Ya hemos dicho en otras ocasiones que el principal objetivo de un texto, ya sea literario o de otra índole, es la comunicación con el destinatario, la transmisión de una idea (o historia). Para ello el lector tiene que entender lo que pretendemos decirle. Ese es el motivo de que suela aconsejarse una redacción limpia, ordenada y sencilla (con las variantes que cada autor desee hacer en virtud de su propia creatividad). Por tanto, el uso de vocablos muy rebuscados, tecnicismos incomprensibles o palabras exóticas puede distanciarnos del lector.
No se trata de que le neguemos al lector la posibilidad de conocer nuevos vocablos, de que coartemos nuestro conocimiento lingüístico, sino de que en igualdad de condiciones mostremos preferencia por términos que estén al alcance de su conocimiento. No todo el mundo tiene por qué saber qué significa “jipiar” o “anacoreta”, de hecho es muy probable que pocos lo sepan. Y desde luego si utilizamos sus sinónimos más habituales, “gemir” y “asceta”, llegaremos hasta el lector con mayor facilidad. El uso esporádico de palabras de nivel más culto no es problema alguno en dosis equilibradas, donde el contexto deje claro el significado del término en cuestión, en especial si se hace por un motivo de peso. Pero si convertimos la redacción en una sucesión de términos mayoritariamente desconocidos para el lector medio, con toda probabilidad lo cansaremos. A nadie le gusta tener que pasarse todo el rato consultando el diccionario, deteniéndose a menudo y rompiendo así el ritmo de lectura. Veamos un ejemplo:
“Se sintió laso al volver a casa, así que tomó una manzana con la intención de devorarla. Pero al contemplarla, advirtió una maca sobre la piel roja. De pronto se quedó traspuesto, como si aquella señal en la fruta fuera algo trascendental. Una vez más, la otra presencia en su interior reapareció, aquel alma que había llegado hasta él a través de la metempsicosis. Y algo le decía que su estancia se prolongaría sine díe.”
Las palabras señaladas son de uso muy poco común. Utilizadas espontáneamente dan fe de un vocabulario variado por parte del autor, pero su uso (sobre todo con tanta generosidad) puede confundir a los lectores y sacarle de la lectura. Mejor valerse de otras opciones más sencillas y naturales:
“Se sintió fatigado al volver a casa, así que tomó una manzana con la intención de devorarla. Pero al contemplarla, advirtió el defecto sobre la piel roja. De pronto se quedó traspuesto, como si aquella señal en la fruta fuera algo trascendental. Una vez más, la otra presencia en su interior reapareció, ese alma que había llegado hasta él a través de la resurrección. Y algo le decía que su estancia se prolongaría indefinidamente.”
Podemos apreciar que las modificaciones no restan calidad literaria, que los nuevos términos utilizados son una mejor opción para la comprensión del lector sin demérito estilístico. Insisto: no pretendo aconsejar la limitación del vocabulario literario (sobre todo cuando en el anterior artículo he defendido justamente lo contrario), sino apelar a la mesura y a pensar en el receptor de nuestros textos: el lector.
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Escribir empieza con «E» de estilo – Introducción
Escribir empieza con «E» de estilo – Sencillez y brevedad
Escribir empieza con «E» de estilo – Redundancias y narrador neutro
Escribir empieza con «E» de estilo – Repeticiones y sinónimos
Muy buen artículo. Gracias