En el colegio nos decían que las oraciones son las unidades lingüísticas de menor tamaño que tenían un sentido completo, y que están formadas por la combinación en grupos (sujeto y predicado) de elementos más pequeños, las palabras. Cuando se trata de crear frases simples y cortas, no hay problema alguno, todo el mundo sabe hacerlo. Pero, ¿qué ocurre cuando pretendemos contar una idea más compleja, una situación que no puede resolverse con una construcción básica al estilo “Juan coge el coche”?
·No a las construcciones ilógicas: En mi opinión, este es el pecado más cometido por los autores que empiezan a escribir. Pero vayamos por partes.
Debe quedar claro, antes que nada, que la construcción de las oraciones no está marcada por un orden fijo ni por ninguna regla inalienable. Intervienen diversos factores que nos pueden llevar a utilizar el hipérbaton (figura retórica que consiste en invertir el orden que tienen las palabras habitualmente). Este recurso es muy útil para darle ritmo y potenciar a la frase, incluso cuando escribimos en prosa. Bien utilizado, sin romper la armonía de las oraciones, es una técnica que aporta mucho. Veamos un ejemplo magistral llevado a cabo por un genio, Gustavo Adolfo Becquer:
“Volverán las golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar”.
Sin utilizar el hipérbaton, la oración tendría que haberse construido de este modo:
“Las golondrinas volverán a colgar sus nidos en tu balcón”.
Salta a la vista que, en comparación con la primera, la segunda construcción está carente de fuerza, de alma. Pero ahora imaginemos que un autor de prosa decidiera emplear este tipo de recurso en toda su obra. Intentad imaginar una novela como, por ejemplo, “Juego de Tronos”, narrada utilizando el hipérbaton en todas y cada una de las frases, como si el narrador fuera primo hermano del maestro Yoda. Resultaría insufrible, ¿verdad? Sobre todo cuando su autor todavía no domina estas técnicas y las utiliza por vicio o desconocimiento.
Las figuras retóricas deben utilizarse con conocimiento de causa, mesura y sentido práctico. Los grandes genios sabían cómo hacerlo, cuándo era el momento y si la obra resultaba adecuada para ello. Tenía un sentido. Un autor que empieza a dar sus primeros pasos es dudoso que conozca el mejor uso de estos recursos. Normalmente su utilización será caótica, impulsada por la falta de experiencia en la construcción de frases, que le lleva a buscar un lenguaje que suene a “literario”, malentendiendo “literario” por algo complicado y ampuloso. Y ya lo comenté al principio de esta serie de artículos: la sencillez es la clave.
Podemos variar el orden oracional cuando nos convenga por motivos de peso, pero como siempre es aconsejable no abusar de cambios que hagan tediosa la lectura y, sobre todo, obstaculicen la comprensión del texto, objetivo principal de todo tipo de escritura. Debemos seguir un esquema lógico y lineal, evitar ser caóticos y pecar de artificialidad. Veamos algún ejemplo de la mano de otro grande, Tolkien:
“Son un pueblo sencillo y muy antiguo los hobbits, en tiempos remotos más numeroso que en la actualidad”.
Advertimos cómo en la primera parte de la oración se rompe el esquema básico y colocamos el sujeto (“los hobbits”) tras el predicado, lo cual da la impresión de artificial y, por supuesto, resulta totalmente innecesario. Conseguimos un cierto aire arcaico en la frase, pero a costa de sacrificar naturalidad. La segunda parte de la oración peca de lo mismo, colocación indebida de elementos que no aportan nada positivo y rompen la conexión con la frase que le antecede. ¿Por qué no hacerlo todo menos complicado? (Tal y como hizo el autor británico)
“Los hobbits son un pueblo sencillo y muy antiguo, más numeroso en tiempos remotos que en la actualidad”.
El sujeto ha tomado la posición que le es más propia, y enlaza mejor con el inciso posterior. El texto gana en claridad y en naturalidad. Al lector no le chirriará tanto como la anterior construcción, porque es el modo más habitual de formar una oración, y la idea quedará plasmada en su mente con mayor facilidad.
La conclusión es inevitable: en líneas generales, hay que respetar el orden sintáctico básico y colocar cada elemento en su lugar adecuado. Del mismo modo, el texto tiene que ser una representación fiel y clara de las ideas o imágenes que pretendemos entregar al lector. Olvidémonos de forzar un falso aire literato en la narración, porque eso surgirá poco a poco y de modo natural, con el tiempo. ¿Cómo darse cuenta de estos excesos? Ya he dado en otros artículos una técnica muy válida, que es la de leer en voz alta las frases que creamos, sobre todo cuando dudamos de ellas. Es un buen método, pero al final es la experiencia y la práctica (mediante escritura y lectura) lo que nos llevará a advertir construcciones caóticas creadas por error o por una mala decisión.
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Escribir empieza con «E» de estilo - Introducción
Escribir empieza con «E» de estilo - Sencillez y brevedad
Escribir empieza con «E» de estilo - Redundancias y narrador neutro
Escribir empieza con «E» de estilo - Repeticiones y sinónimos
Escribir empieza con «E» de estilo - Uso de palabras rebuscadas
Escribir empieza con «E» de estilo - Uso y abuso de los adjetivos
Escribir empieza con «E» de estilo - Uso y abuso de los adverbios
Escribir empieza con «E» de estilo - Los párrafos
Escritura empieza con «E» de estilo - Concordancia de los tiempos verbales
Escritura empieza con «E» de estilo - Oraciones activas y pasivas