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Las 10 consignas de la piratería (II)

En el artículo anterior comentaba que hay pocos temas dentro del mundo literario que levanten tantas pasiones como el asunto de la piratería. Afirmación que quedó demostrada con la (sana) discusión que se estableció en los comentarios de la entrada y en el aluvión de visitas recibido.
En esta segunda parte apuntaremos a otros esloganes del “manual del defensor de la piratería”, en las que se utilizan como pretexto para la descarga de contenido protegido banderas en apariencia tan respetables e intachables como la cultura y la lucha contra la explotación del autor. Ah, y cómo olvidar el lema entre los lemas: Internet es compartir.

Es que la cultura debería ser libre y gratuita para todos

Y ya lo es. Nunca, en toda la Historia de la Humanidad, habíamos tenido un acceso tan grande a los libros. A las bibliotecas tradicionales se suman alternativas como sus versiones online. Pero es que además han nacido infinidad de plataformas de venta en Internet: Amazon, Lektu, Google Play, iBooks, etc… Muchísimas librerías tienen su correspondiente tienda web para permitir la compra desde la comodidad de nuestra casa, por no hablar de que incluso las editoriales habilitan ya la venta desde sus respectivas páginas. Se permite la compra con diversos métodos de pago, cada día más seguros, y te llevan el pedido a casa directamente, sin necesidad de desplazamiento. ¿Acaso eso no es accesibilidad?
Pero claro, lo que ocurre es que los defensores de las descargas ilegales confunden “accesibilidad” con “gratuidad”. Cuando dicen “cultura libre” en realidad se refieren a “cultura gratis”. Es el axioma “lo quiero todo, lo quiero ya, y lo quiero gratis”. Y eso no puede ser. Porque por mucho que consideremos a un libro un producto cultural, este requiere un proceso de elaboración: desde el autor que crea la obra (con todo lo que ello conlleva en esfuerzo) hasta la librería (física o digital) que lo pone a disposición del lector, pasando por la editorial que realiza un gran desembolso económico (con el consiguiente riesgo) así como un trabajo de edición en el que se ven implicadas muchas más personas. Eso, por fuerza, tiene que tener un precio (ver artículo anterior). No nos engañemos: la cultura nunca ha sido gratuita. Siempre ha habido alguien que pagaba su elaboración, bien sea un mecenas, el propio creador o el consumidor final.
alt="dominio público, libros gratis, javierpellicerescritor.com"Sin embargo, incluso así existe la posibilidad de leer literatura de manera gratuita. En el artículo “Las mejores webs para descargar ebooks gratis (y legales)” os ofrecí diversos portales donde se permite la descarga de obras de dominio público, cuyos derechos de autor han expirado, o simplemente libros cuyos autores quieren poner a disposición del lector sin recibir compensación económica. Por supuesto, no vamos a encontrar la novedad que está arrasando en todo el mundo ni el superventas en el que se basa la serie de televisión de moda. Pero sigue siendo cultura. ¿O quizás, después de todo, no es eso lo que queremos?

Es que las editoriales explotan a sus autores con condiciones horribles

alt="escritor, editorial, javierpellicerescritor.com"Y tú pretendes defenderlos descargando su obra sin pagar por ella. Bravo. ¿De qué nos sirve eso a los autores? Con la compra habitual de nuestros ejemplares al menos vemos algún dinero, por escaso que sea. Más allá de que se puede debatir mucho la afirmación de que las editoriales explotan a los autores (lo que nos llevaría a una discusión todavía más larga), si realmente tienes conciencia de defensa hacia el autor existen alternativas para ser fiel a ese pensamiento. Puedes consumir obras autopublicadas, o informarte para saber qué editoriales tratan bien a sus autores (que las hay, bastantes). En cualquier caso, paga por su obra, porque si no tú también estarás explotando a los escritores.

Es que Internet es compartir

alt="Internet, compartir, libros, javierpellicerescritor.com"

Uno de mis lemas favoritos, que se utiliza al amparo de costumbres de tiempos pasados. Esa época en la que un amigo nos prestaba un disco y nosotros lo grabábamos en una cinta de casete. En efecto, eso era compartir, pues se trataba de un acto directo entre dos personas sin afán de lucro, y de una copia que quedaba en el ámbito privado o, como mucho, en el entorno más cercano de los implicados. Pero cuando una web ofrece enlaces de descarga a obras protegidas por derechos de autor y explotación (este último matiz es importante), y además se lucra con la publicidad insertada en su página, ¿estamos hablando de compartir? No, hablamos de distribución ilegal. Una distribución basada además en el robo de datos, como expliqué en el artículo “¿Qué se esconde detrás de la piratería?”, y que alimenta una mafia conectada a otros negocios turbios.
Si realmente quieres compartir el libro que has comprado, préstaselo a un amigo de manera directa, o a través de un e-mail privado si se trata de un ebook. Eso SÍ es compartir.

En la próxima entrada hablaremos de descargas y ventas perdidas, de lo que uno dice que hace tras descargar un ebook o de si la piratería es un buen método para difundir una obra.

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Lee la serie completa de artículos “Las 10 consignas de la piratería”

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