«Si los libros fueran más baratos, no existiría la piratería», «la cultura debe ser gratuita» o «el autor debería sentirse halagado de que alguien crea que su obra es lo bastante buena para ofrecerla pirateada». Estas son algunas de las consignas que repiten hasta la saciedad los defensores de la piratería de libros (bien porque son consumidores o porque se lucran con ella). La primera de estas aseveraciones se cae por su propio peso cuando vemos que en algunos portales de descargas ilegales se ofrecen obras cuyo precio en Amazon no alcanza siquiera un euro. La segunda queda desmontada con una pequeña retrospectiva histórica: los productos y servicios relacionados con la cultura jamás han sido gratuitos; bien fuera a través de la inversión del propio creador, de un mecenas o del comprador usuario, alguien ha tenido que pagar por ellos. Pero, ¿qué pasa con la tercera? ¿Es cierto que tras los enlaces de descarga hay un afán de reconocimiento hacia el autor? Sigue leyendo