Legionarios romanos arrasando territorio bárbaro, caballeros cristianos tratando de recuperar las tierras de Dios, soldados de los tercios en plena encamisada, épicos hóplitas griegos enfrentados a las huestes persas… Estos son los personajes que más vemos (o leemos, más bien) en la novela histórica actual. Culturas apasionantes, tiempos fascinantes, y relatos que nos llevan a un ayer grandioso y, quizás, idealizado (cualquier tiempo pasado no siempre fue mejor). Por desgracia, existen multitud de protagonistas en la Historia a los que la literatura en contadas ocasiones da voz. Es de agradecer cuando esto ocurre, cuando un autor se atreve a salirse de las líneas que parecen establecidas por el género y ofrece algo distinto.Es lo que el lector se encuentra cuando aborda «Bellum Cantabricum», de José Manuel Aparicio, escritor de Bilbao que fue finalista del III Premio de Narrativas Históricas de Edhasa precisamente con esta obra. Y bien merecido. En esta entrada daré mi opinión acerca de esta fabulosa novela que, ya os lo adelanto, he sentido casi como mía. Os explico el por qué.
La base sobre la que se asienta «Bellum Cantabricum» no es desconocida: corre el año 26 a.C. Roma lleva desde los tiempos de la Segunda Guerra Púnica tratando de afianzarse como dueña y señora de la península ibérica. Y digo bien: tratando. Porque allá en el norte, las tierras cántabras y astures, hogar de montañeses salvajes (a juicio de los romanos, ya sabemos cómo va la cosa), se muestran más irreductibles que cierta aldea gala. Es, ante todo, una pesadilla para las legiones del princeps Augusto, y no digamos para el cruel gobernador de la Tarraconense, Gayo Antistio Veto.
Pero olvidad a los romanos. Esta no es su historia, salvo quizás en lo que a Veto respecta, uno de los protagonistas. Esta es la historia de los rebeldes cántabros, de su caudillo Corocotta, que consiguió unir a muchos de los clanes para fastidiar a los itálicos a base de bien. Y es, en especial, la historia de Sekeios, un mercenario autrigón que empieza como soldado a sueldo de las legiones romanas para luego acabar en el bando cántabro. No por gusto, todo hay que decirlo.
A estas alturas el planteamiento de «Bellum Cantabricum» no puede resultar más familiar para mí. Aunque los derroteros argumentales son absolutamente distintos, la premisa y algunas derivas de la trama me transportan a mi primera novela, «El espíritu del lince». Al igual que hice yo con mis íberos levantinos, José Manuel Aparicio convierte en protagonistas a esos anónimos nativos (si es que alguien lo es en realidad) que plantaron cara a esas civilizaciones que pretendían ocupar sus regiones. Ejércitos mucho más poderosos contra los que resistir era un suicidio. Y lo hace con una narrativa sencilla pero muy poderosa. No me resisto a dejaros un pequeño fragmento del principio. Así arranca la novela:
«Arde Bérgida.
Los restos del poderoso enclave se queman en el ocaso como una pira monstruosa. Ruge el incendio sobre el cerro, ocupado ahora por llamaradas que escupen chispas coléricas hacia el firmamento.»
La obra se sustenta con firmeza sobre unos personajes bien perfilados. Sekeios es el protagonista principal, pero en torno a su historia orbitan unos secundarios que por momentos se hacen con el control de la trama. Es el caso de Corocotta que, en mi opinión, tiene la personalidad más marcada y cuya evolución está mejor trabajada. Veto es ese malo al que cuesta poco odiar (y cómo se le odia), al igual que Arquio. Poco más puedo decir sin fusilar la trama.
Como decía, la narrativa alcanza cotas de una épica tremenda, de esas que tanto me gustan. La escena más álgida es, como cabía esperar, el asedio a Aracillum (no creo que pueda considerarse spoiler), con instantes que casi le dan a uno ganas de coger la falcata y lanzarse a la batalla recreada en las páginas de la novela. El momento, el gran momento… Bueno, lo reconoceréis cuando lleguéis a él.
En resumen, «Bellum Cantabricum» es una de esas novelas que vienen para aportar frescura y nuevos puntos de vista, para poner sobre la mesa la historia de aquellos que suelen quedar eclipsados entre imperios y épocas doradas quizás ya muy manidas. Y lo hace con un ejercicio de estilo literario poderoso y muy evocador. Más que recomendable, imprescindible.