Entrevistas

«El escritor es un médium entre la fantasía y la realidad» – Entrevista a Manuel Pinomontano

Existen subgéneros en la literatura que nos han acompañado desde siempre sin armar mucho revuelo. Las novelas de piratas es uno de ellos. ¿Quién no recuerda «El Corsario Negro» de Emilio Salgari o la inmortal «La Isla del Tesoro» de Robert Louis Stevenson. Quizás en la actualidad su popularidad haya decrecido frente a romanos, griegos o conquistadores españoles, pero todavía surgen historias sobre corsarios que merecen la pena. Y algunas además contienen elementos muy originales, apasionantes, y que están de absoluta actualidad. Es el caso de «El secreto de la Tritona» (Ediciones B), de Manuel Pinomontano, quien ha respondido a unas cuantas preguntas con las que acercarnos a su obra.

—En un panorama literario donde triunfan las ficciones históricas sobre el Imperio Romano, la época de las Cruzadas o el Medievo europeo, ¿por qué una novela de piratas ambientada en las aguas de Nueva España?

—Hay temas que son interesantes por la época que tratan, otros por los lugares en que suceden, otros por el lenguaje que proponen o por los personajes que tocan, y otros porque tienen todos estos elementos. En «El Secreto de la Tritona» cada uno de estos ingredientes está presente: La ilustración como época, donde los avances en la mentalidad te ofrecen la posibilidad de personajes con relieves que hacen la naturaleza humana más interesante; un lenguaje propositivo, el español dieciochesco y el español hablado en las colonias enriquecido con palabras de los dialectos indígenas y el andaluz popular del XVIII salpicado de matices exóticos coloniales de Filipinas y las Américas, al que hasta ahora se le ha dado poco valor y que ha vivido una evolución única; en cuanto a lugares es dar un paseo por el imperio español cuando era el más grande, el exotismo de las colonias, desde la selva a las islas del Caribe, ciudades como Manila, Luzón, Veracruz, Méjico, Acapulco, el contraste de la vieja Europa, Cádiz, Sevilla, Madrid y hasta Estambul o Sebastopol, donde solamente un personaje como Gregoria sería capaz de llevarte en esa época.

«El secreto de la Tritona» se desarrolla como una carta que la protagonista, Gregoria Salazar, le envía a su nieta Rosario. Cuéntanos un poco más del argumento.

—El argumento está formado por los secretos de familia que dan el poder a las mujeres de cinco generaciones en la novela para que alcancen su libertad, todo esto enmarcado en un siglo de luces y de cambios; la cuestión de la esclavitud, las minorías, la expulsión de los jesuitas prácticamente de toda Europa, la educación femenina que empieza abrirse paso en esta época. Secretos, conspiraciones, crímenes, pasiones, intriga y amor. La excusa es el cuaderno de bitácora de Gregoria Salazar: una prostituta, una pirata y una condesa son tres generaciones de esta familia donde las mujeres aprenden a ser libres.

—Me llama la atención especialmente la ausencia de líneas de diálogo en la obra tal y como las vemos habitualmente. No recuerdo la última vez que leí una novela narrada en semejante formato, y a priori puede parecer muy arriesgado de cara al lector habitual. ¿Cuál es el motivo de que te inclinaras por seguir este sistema?

En la novela utilizo el estilo indirecto y éste no contiene diálogos tal y como los conocemos en la novela comercial actual, donde van introducidos con un signo de guión. Hay diálogos -por supuesto- pero van elaborados en el estilo indirecto que utilizó Flauvert, como si una persona te estuviese contando la historia verbalmente. El motivo por el que lo hice así es para imbuir la novela de cierto valor histórico sutil: era la forma en la que se escribe en esta época, además porque me parece el estilo más idóneo para crear esa complicidad e intimidad que se da en el relato, contado de abuela a nieta, confidencias entre mujeres. Crear la ilusión en el lector de que se encuentra ante un texto original donde un narrador semi omnisciente cuenta lo sucedido. El estilo directo no me serviría para crear esto, igual que tampoco serviría el narrador omnisciente, que es una invención moderna.

—Uno no puede más que reconocer que Gregoria es uno de esos personajes fuertes, carismáticos, que quedan en el lector. Su historia es apasionante y contiene de todo: desde amoríos a traiciones. Y además evoluciona. ¿Tiene paralelismos con algún personaje histórico o es totalmente de tu cosecha? Dada su complejidad, ¿te resultó complicado crearla?

—Aunque Gregoria Salazar es única y es de mi propia cosecha, no es una mujer aislada e inventada a priori. Gregoria responde al tipo de mujer ilustrada que se da en Europa en esa época. España estaba repleta de mujeres de esa mentalidad no solo en el siglo XVIII sino anteriores. El feminismo, aunque no se conociese como tal, abrió brecha en nuestro país con mujeres de la talla de Isabel de Castilla, de Juana Inés de la Cruz, o de Teresa de Ávila. Fueron mujeres que, en un mundo de hombres, se abrieron paso con una firmeza y una fuerza increíble e hicieron valer sus derechos con independencia de su sexo, que lucharon por la igualdad de una forma en la que aun hoy día todavía no nos hemos dado cuenta por ese complejo que tenemos de mirar siempre a referentes extranjeros a la hora de encontrar figuras feministas en la Historia. ¿A ver qué reina de aquella época pactó clausulas matrimoniales y mantuvo independiente su voluntad y su hacer de su marido que además era otro rey? O Teresa de Ávila, que fue sentada por la Inquisición en un tribunal de hombres y supo defenderse con la transparencia de sus escritos. En fin, Gregoria es fiel hija de la Historia de España. Su trayectoria está marcada por otra mujer feminista, la Madre Maria Ignacia Azlor, gran desconocida de nuestra historia, una mujer Novohispana que fue la fundadora del Colegio del Pilar en la Ciudad de México, y propuso una educación de la mujer exactamente igual a la del hombre; ya no sería la educación tradicional de Luis Vives que relegaba a la mujer a libros de economía doméstica, religiosos y algo de poesía, sino que la mujer se educaba en las Siete Artes Libres, el Trivium y el Quadrivium, igual que los hombres. Así sucedía en este colegio, donde Gregoria se convertirá en una mujer instruida en lugar de haber sido una analfabeta. Así surge Gregoria Salazar.

Crear a Gregoria fue una experiencia fascinante, porque llega un momento en el que el personaje se sale de tus manos y te pide cosas por sí mismo. Así ha sido con ella, no siento que yo la haya creado sino más bien que he sido un medio para que ella se revelara tal cual es; como si ella hubiese estado ahí siempre, yo solamente la descubrí para el lector. El escritor es un médium entre la fantasía y la realidad.

—En la presentación de la entrevista he comentado que, en mi opinión, «El secreto de la Tritona» contiene elementos que están de actualidad. El movimiento feminista, por fortuna, ha cobrado una gran fuerza en los últimos tiempos. Tal como has mencionado tú mismo, resulta imposible no relacionar el feminismo con la protagonista de tu novela: una mujer de orígenes muy humildes, gitana para más colmo, y que sin embargo se embarca en una aventura vital que la llevará a ser señora de una plantación de azúcar en Veracruz y, con el tiempo, nada más y nada menos que en capitana de barco. ¿Es Gregoria Salazar un modelo feminista?

Por supuesto, sí, aunque en ese tiempo no existiese el concepto de feminismo ya definido como tal, Gregoria es una mujer cuyo sentido común y su ilustración la lleva a no diferenciar a los seres humanos en cuanto a su dignidad y libertad. Es una mujer que cuestiona los postulados de la época, no solamente los patriacales, sino cualquier tipo de discriminación, no solamente por sexo sino por el color de la piel, religión, orientación sexual o clase social, tiene mucho de humanista y de ilustrada, y a pesar de ello no es un personaje inverosímil para su época.

—Admito que soy un auténtico desconocedor de aquella época histórica, más allá de lo visto en otras novelas y en el cine. ¿Qué tal el trabajo de documentación? ¿Existen datos fiables y fáciles de conseguir o resultó ser una pesadilla?

—El siglo XVIII es una época muy bien documentada, las cosas se ponían por escrito de primera mano, cosa que no se hacía -por ejemplo- en el medievo, donde la tradición oral imperaba por haber más analfabestismo y eran solamente los copistas y los monjes católicos los que recogían o documentaban los sucesos. En la Ilustración la información es más secular, más libre, ya existe una burguesía educada que lee y se documenta y sobre todo ya existe la Imprenta. Aunque no hay periodismo como tal, sí se dan descripciones exhaustivas y muy completas de los sucesos. Me encontré -por ejemplo- con una desripciones detalladas del motín de Esquilache en varias ciudades españolas como Madrid y Cádiz, o la expulsión de los Jesuitas de Manila; incluso con detalles de los vestidos de la gente, los tropiezos, los gritos.

Hay otras épocas y materias menos documentadas y más controvertidas. En la novela que actualmente estoy escribiendo hay más oscurantismo al respecto. En la época del Imperio Romano se escribía casi todo con un buril marcando en tablitas de cera que se han perdido todas por obvias razones, y tenemos que recurrir mayormente a transcripciones de los monjes copistas que se hicieron con posterioridad a los hechos narrados, recogieron muchos textos que ya no existen originales. En cambio, durante la Ilustración nos enfrentamos casi siempre a documentos originales, que pueden ser de una facción u otra pero son originales.

—La vida de Gregoria recuerda en algunos aspectos a la tuya: emigró de su patria para forjarse un destino. Tú también eres un auténtico trotamundos: de tu Huelva natal te fuiste a Londres y, tras pasar un tiempo en Francia, Rusia o Italia, has acabado en México. Imagino que eso se habrá plasmado en la novela.

—Bueno aunque no hay nada autobiográfico quizá si haya algo autorreferencial.

—Has comentado en otras entrevistas que dejaste tu trabajo habitual para centrarte solo en tu carrera como escritor. Teniendo en cuenta cómo está el mercado literario y editorial, debo decirte que lo tuyo son agallas. ¿No temes un salto de fe tan arriesgado?

—Ya no, pero han sido 15 años muy duros, de trabajo en silencio que nadie te reconoce. El salto lo dí porque mi felicidad estaba en juego y me daba más miedo tener 80 años y verme a mi mismo como un banquero exitoso y retirado que nunca se atrevió a seguir su verdadera vocación, que un escritor fracasado que lo que hizo lo hizo por sí mismo y siguió su voz interior. La escritura es una enfermedad, a los que la padecemos no nos resulta fácil sustraernos a ella. Desgraciadamente la sociedad en la que vivimos es materialista y lo primero que te preguntan es “a qué te dedicas” y “cuál es tú profesión”; cuando dices que eres escritor y no has publicado nada aún la gente se ríe, te minusvalora. Pero tu trabajo es exactamente el mismo que cuando publicas o cuando te conviertes en bestseller, quizá es hasta más valioso porque echas mano de tu fuerza interior para seguir adelante. Ahora cuando veo mi novela en una librería es más fácil pero han sido años en el desierto.

—Imagino que seguirás desde la distancia la actualidad literaria española. ¿Cómo ves este mundillo, sobre todo ahora que te has metido en él? ¿Hay esperanzas o es el futuro tan negro como suele pintarse?

—Yo creo que hay esperanza, la literatura está en la impronta del ser humano, mientras haya personas habrá literatura.

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