Una de las noticias literarias más destacadas de lo que llevamos de año ha sido el fallo del Primer Premio de Narrativas Históricas recientemente estrenado por la editorial Edhasa. La obra elegida como ganadora ha sido «Laín. El bastardo», del lucense Francisco Narla, un autor que ya estaba entre los más reputados del género histórico con sus anteriores libros. Para hablar de esta nueva novela y de otros aspectos de su trabajo como escritor, Narla ha tenido la deferencia de responder a unas cuantas preguntas.
—Creo que se impone ante todo una sincera enhorabuena por el premio conseguido. ¿Cómo se afronta un éxito como este? ¿Sitúa a la novela en una posición de responsabilidad? Mucha gente va a mirar con lupa a «Laín» por el hecho de haberse llevado el premio.
—Gracias, muchas gracias. En primer lugar se afronta con agradecimiento, como bien sabes el jurado contaba con nombres ilustres como el de Santiago Posteguillo, Jacinto Antón, Sergio Vila-Sanjuán y Mari Pau Domínguez, así que, ante todo, uno debe sentirse agradecido. Por otro lado, creo que es crucial mantenerse sereno y no dejarse llevar por el arrollador ímpetu del premio y las ventas iniciales. Una historia solo merece la pena cuando pasa a formar parte de la vida, de los recuerdos de los lectores y aún es pronto para saber si ese será el caso de Laín. Habrá que esperar unos años para conocer la verdadera opinión de los lectores.
No, no creo que el premio sitúe a la novela en una posición de responsabilidad, en todo caso al autor. Sin embargo, una vez concedido el premio, podemos remitirnos a la respuesta anterior: el juicio que realmente importa es el del lector y, repito, aún es pronto. Puede ser que muchos examinen la novela con más detenimiento dado el premio, pero eso es algo que debe aceptarse sin más. El lector es soberano y lo único que puede hacer el escritor es intentar mejorar con cada nueva historia. Hacerlo cada vez mejor es el deber del artista.

Entrega del I Premio Edhasa Narrativas Históricas
—«Laín. El bastardo» es fiel al estilo Narla, un estilo con el que por cierto comulgo mucho como autor: prima la aventura por encima del componente histórico. O dicho de otro modo: la intención principal es entretener, y no tanto sentar cátedra de una época. ¿Estoy en lo cierto en mi impresión? ¿Por qué elegiste este modo de abordar novela histórica?
—Desde luego que estás en lo cierto, esa debe ser la obligación del novelista. Lo han mencionado muchos antes que yo. Stephen King lo repite como un mantra: es la acción la que da sentido a una historia, sea del tipo que sea, sin acción, no hay historia. En el caso de Laín se trata de aventuras, pero no es la única opción; por ejemplo, en «El nombre de la rosa», que también se considera una novela histórica, lo que hace Umberto Eco es conducir el argumento con acciones de típica novela de misterio, como cualquiera de las novelas de Doyle o de Christie. Y sí, por supuesto, lo que debe hacer una novela, ante todo, es entretener.
En cuanto a la segunda pregunta, se trataba de la elección lógica para el siglo XIII teniendo en cuenta que el trasfondo de la novela era la poco conocida presencia de españoles en las cruzadas. Al pensar en la novela, en la historia del bastardo, lo razonable era pensar en el viaje redentor hacia su padre y eso evoca fácilmente la idea homérica de aventura y epopeya. Caía por su propio peso y lo que no debe hacer el escritor es pelearse con la lógica de su historia.
—¿Qué diferencia a «Laín» de tus anteriores obras?
—Muchas cosas. En primer lugar, jamás una de mis novelas había tenido un recibimiento así de caluroso por parte del público o la crítica. Pero hay más, la novela está construida de un modo diferente a mis anteriores novelas; parte de los capítulos están narrados en primera persona y uno de los personajes principales es el encargado de hacernos saber cómo se van desarrollando parte de los acontecimientos. Siempre había huido de ese tipo de narración porque suele devaluar la historia, ya que le roba credibilidad: no resulta plausible que un narrador no omnisciente sea capaz de conocer todos los rincones de la historia. Sin embargo, creo que en Laín el resultado funciona porque no toda la carga narrativa está sobre los hombros de ese narrador. También creo que es mi novela más ágil y, además, opino que es la que tiene un mayor número de capas argumentales.
—El protagonista, Laín, es un halconero en plena era de las Cruzadas, el siglo XIII. Desde luego, la cetrería no es uno de esos oficios habituales en la literatura… ¿De dónde surgió la idea?
—Ya de buen principio es habitual buscar que los personajes tengan aristas originales que le den atractivo a la historia. En segundo lugar, mientras razonaba precisamente sobre esta premisa estaba documentándome y el peso de la cetrería en el medioevo español resulta innegable, de modo que era una asociación lógica.
—En cualquier caso, Laín es un personaje complejo y profundo, marcado por la figura de un padre al que quiere agradar por encima de cualquier otra cosa. Tarea complicada, teniendo en cuenta que es un bastardo. En su afán de ser digno del orgullo de ese padre, el destino lo pondrá en camino por un viaje épico, hasta llegar incluso a las alejadas tierras de Mongolia. Un camino de conspiraciones, traiciones y sufrimiento, pero también un camino de construcción personal. ¿Por qué nos gusta tanto a los autores hacer sufrir a nuestros personajes?
—Me temo que no se trata de eso, se trata de la vida misma, que no siempre es lineal y sencilla. La cuestión no es el sufrimiento de los personajes o los malos tragos que les obligamos a superar, sino cómo ordenamos las alegrías y tristezas para que el desarrollo argumentativo sea satisfactorio. En la vida real, alguien puede convertirse en campeón del mundo de, no sé, de lanzamiento de huesos de aceituna y, justo el día en que lo consigue, recibir la noticia de que su padre ha fallecido. Esa es la vida. Pero en una novela sería un planteamiento cruel para un final, quizá válido para el comienzo, pero excesivo para el final a no ser que esa muerte tuviera otra conexión argumentativa válida. Es decir, los personajes deben vivir, nada más. O eso pienso yo. Porque sin las desgracias y las alegrías de la vida el personaje no evoluciona y, sin esos cambios, no habría historia. Es la evolución de los personajes lo que da sentido a las acciones que desarrollan el argumento.
—Llama la atención el formato narrativo: imitando a un cantar de gesta, es el trovador gallego Martín Codax (personaje real, si no me equivoco) quien se encarga de relatar la historia de Laín mediante un estilo añejo que ayuda a situarse en la época descrita. Por momentos me ha recordado al mejor Alatriste de Pérez-Reverte. ¿Crees que ha sido una jugada arriesgada en un mundo en el que cada vez prima más la literatura ligera?
—Claro que Martín Códax es un personaje real. Desde luego, y además es el eje central porque de lo que se trataba era de narrar la biografía de Martín Códax. No tenemos ni idea de cómo fue su vida, solo lo conocemos gracias a las cantigas que nos dejó. Teniendo en cuenta la importancia de la lírica galaicoportuguesa en ese momento del medioevo, era razonable incluir un trovador en la historia y quién mejor para contar esa misma historia que el narrador lógico, aquel que, en aquellos tiempos, se ganaba la vida, precisamente, contando historias. Son los tiempos del Cantar del mío Cid o de Los infantes de Lara.
Me alegra mucho esa comparación con Reverte, la verdad es que no es la primera vez que me lo comentan; también me sucedió con otra de mis novelas, con Rōnin. Y es un maravilloso espejo en el que reflejarse, de modo que, por mí, bienvenida sea. Y no, no creo que sea una jugada arriesgada. Yo creo que la novela se lee con agilidad, es comprensible y rápida; el lenguaje es solo un modo de trasladar al lector al momento histórico. Una palabra hace mucho en ese sentido; digamos que es igual que la fotografía en el cine, da el color a la historia: «tomó su tabardo» o «se ajustó el gambesón» funciona, a mi entender, mucho mejor que, por ejemplo «tomó su abrigo holgado típico de la época» o que «se ajustó la protección acolchada»
—«Laín», a priori, parece una obra de construcción compleja y ardua. ¿Cómo fue ese proceso de gestación y cuánto duró? ¿Primó la planificación concienzuda o te dejaste llevar?
—Claro que supuso un trabajo muy duro, muchísimo. Todo empezó al descubrir que la biografía de Martín Códax era una página en blanco, ese fue el germen, la idea de contar la vida del trovador. Pero pronto me di cuenta de que una especie de biografía no funcionaría porque resultaría plana como historia, de modo que, muy pronto decidí que lo que debía contar era cómo el trovador lograba el gran objetivo de su vida, que no podía ser otro que el de contar la gran gesta de su tiempo. Y, teniendo en cuenta que son los días de Guzmán el Bueno, uno de los bastardos más conocidos de nuestro Historia, era fácil tirar del hilo y seguir pensando en cómo construir una novela en base a esos elementos.
El proceso completo duró algo más de dos años de duro trabajo en los que aprendí cuestiones tan diferentes como técnicas de cetrería o la fabricación de instrumentos musicales medievales. Y yo, personalmente, nunca me dejo llevar. Soy de los que planifica siempre cada detalle de la historia. Cada cual trabaja de un modo particular y todos son válidos, es algo muy íntimo y no se puede juzgar. En mi caso, no mecanografío una sola palabra hasta que la historia está completa, hasta que tengo claro todos los aspectos de la historia que deseo contar. Como decía mi admirada Matute, la historia es un árbol que va creciendo en tu cabeza y uno no puede ponerse a escribir hasta que las ramas te salen por las orejas.
—Actualmente eres uno de los autores de novela histórica más reconocidos de nuestro país, pero no empezaste precisamente a publicar con ese género. Tus primeras obras se enclavaban más en el thriller. ¿Qué hizo que cambiaras de registro en dirección a la histórica?
—Mis hábitos como lector. Siempre he dicho que el escritor debe pergeñar aquellas novelas que le gustaría encontrar en las librerías, simplemente. Y mis gustos como lector son eclécticos, leo prácticamente de todo, por lo que era natural cambiar de género.
—¿Y en el futuro? ¿Hay otros géneros que te gustaría abordar?
—Claro, por qué no, siempre y cuando los lectores lo aprueben, podría afrontar otro tipo de géneros, ahora bien, una vez conseguida cierta relevancia en un género no es fácil cambiar y que el mercado lo acepte. Nos guste o no a los escritores, hay que aceptar las reglas del juego y no es habitual que un novelista que ha destacado con un tipo de historia logre el beneplácito del público con otros palos diferentes.