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Venta de libros pirateados, una nueva forma de hacer negocio

La semana pasada saltó una preocupante noticia en el mundo del libro. A través de las redes sociales me enteré de un nuevo caso de piratería, pero esta vez de una gravedad si cabe mayor. El aviso lo lanzaba la web Sentido de la maravilla, y si resulta tan preocupante es porque no estamos ante la historia habitual (una simple web de descargas piratas), sino que el vehículo para esta flagrante infracción es, ni más ni menos, que una plataforma de venta online como Google Play, la tienda de aplicaciones y contenido de ocio de la todopoderosa Google.

La situación es la siguiente: un usuario de Google Play, un tal Ispanyolca, sube contenido pirateado a su cuenta, y luego pone a la venta estos ebooks por el “módico” precio de 2,53 € la descarga (cantidad de la cual ningún porcentaje va a parar a editorial y autor, aunque presumo que sí a la plataforma). Como podéis ver en la siguiente imagen, la lista de obras es extensa (pinchad en la imagen para visitar la página de todos los libros). Abundan los bestsellers de grandes editoriales, y autores de gran renombre como Manel Loureiro, Javier Sierra, Megan Maxwell o Jordi Sierra i Fabra. Me repatea especialmente ver entre los afectados a amigos como Gabriel Castelló o Virginia Pérez de la Puente.

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Sobra decir que todo esto es completamente ilegal. El tal Ispanyolca (que según parece es un pirata de origen turco) ha usurpado, por una parte, el legítimo derecho de explotación de las editoriales implicadas. Además, por supuesto, de apropiarse de los derechos de autor de los escritores, pues en la ficha de cada libro es él quien aparece como autor.

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Las reacciones a este caso en las redes sociales no se han hecho esperar, y me alegra decir que la mayoría se ha puesto del lado de los autores. Se acumulan las críticas hacia este delincuente que trata de lucrarse con el trabajo de otros. El factor decisivo para que, por una vez, los creadores de contenido estemos recibiendo un apoyo unánime es, sin embargo, agridulce, pues se basa en que alguien está vendiendo directamente una obra literaria. Se pasa por alto que, en el fondo, es lo mismo que hacen las webs de descargas gratuitas ilegales. La diferencia es que estas no cobran al usuario, pero igualmente se benefician de los ingresos que les reporta la publicidad incluida en sus páginas. Pero como esto no se ve a simple vista, parece que es menos grave.

¿Son fenómenos aislados, o elementos de una misma ecuación? En mi opinión están íntimamente relacionados. Basta con ver las portadas de las obras que ofrece Ispanyolca: en la esquina inferior derecha se puede observar el logo de una conocida web de descargas. La conclusión es clara: este tipo se ha limitado a descargar contenido de esa página de manera masiva, y luego lo ha subido a su cuenta de Google Play.

El caso ha ido moviéndose durante estos días. Enterados algunos de los autores afectados, estos han puesto la situación en conocimiento de sus editoriales, además de reclamar por su cuenta a Google. Algunas de las editoriales me consta que están estudiando qué medidas tomar (y hablamos de grandes multinacionales). Por su parte, Google reaccionó a los pocos días y bloqueó la cuenta de Ispanyolca. La sorpresa llegó ayer mismo, cuando descubrimos que su cuenta había sido reactivada. Parece ser que bastó con cambiar el nombre de la supuesta editorial ficticia con la que este tipo vende sus libros para volver a estar activo.

Durante los próximos días estaré muy atento a la evolución que toma este caso especialmente sangrante. Pero cabe destacar que esta práctica no es del todo nueva. A través de Facebook, el autor murciano Claudio Cerdán comentaba en su muro varios casos más de personas que se dedican a vender ebooks que de manera previa han descargado en páginas piratas. La diferencia con el caso Ispanyolca es precisamente lo asombroso de que una plataforma del nivel de Google no solo no tenga mecanismos para evitar estos negocios sucios, sino que además se muestre inoperante cuando se le realiza una reclamación. Para más colmo, las denuncias por derechos de autor están limitadas al propio creador. O dicho de otro modo: si un lector descubre una libro pirateado que se vende en Google Play, no puede hacer nada al respecto (salvo, como mucho, contactar con autor y editorial). Es tan aberrante como que un ciudadano presenciara una agresión y no le permitieran denunciarlo.

Sea como sea, toda esta situación ha tomado tintes surrealistas y, por supuesto, preocupantes. Una vez más los autores, e incluso las editoriales (que salvo las muy grandes, tienen poco recursos para luchar contra esto), vemos con frustración cómo se burlan de nosotros. Nos roban nuestro trabajo, y mediante técnicas cada vez más desvergonzadas, hacen negocio con él. A través de ingresos por publicidad o ventas directas, importa poco. El futuro del mundo del libro se presenta muy negro por muchas y diversas razones, y aunque la piratería no es el principal motivo de este declive, bien podría ser la puntilla que nos dé la muerte definitiva.

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