Calle Salinas, barrio del Carmen, Valencia. Entre los números 17 y 19 de esta estrecha vía se alza un lienzo de piedra que desentona con los edificios colindantes (ya de por sí no precisamente de construcción moderna). El murallón, en forma de «L» invertida, presenta un estado lamentable: su base está pintarrajeada con grafitis y en lo más alto la corona un atrevido arbusto. Cuando uno pasa por la calle siente el impulso de cambiar de acera, pues da la impresión de que a la más mínima racha de viento la pared se irá al suelo. De hecho, el pasado diciembre se desprendieron algunas partes del revestimiento. Pero allí sigue, sin que ninguna autoridad local se preocupe por la peligrosidad del lugar. Y sin que siquiera muchos de los vecinos sepan que lo que tienen en su calle es parte del pasado histórico de la ciudad levantina. El lienzo es parte de la muralla árabe del siglo XI, de aquella Balansia que Jaime I reconquistaría y convertiría en Valencia en el año 1238. Un tesoro arqueológico, declarado Bien de Interés Cultural, que se cae a trozos ante la pasividad de las administraciones.
Este es solo un ejemplo de la desidia que nuestros gobernantes sienten hacia el patrimonio histórico español. Por desgracia, hay muchos más a lo largo y ancho del país: yacimientos abandonados por falta de inversión presupuestaria, monumentos utilizados para usos inadecuados, reconstrucciones grotescas, entidades que pierden las subvenciones con las que realizar su tarea… El cuidado, la conservación y la explotación (sana) del pasado siempre ha sido un tema secundario para quienes gobiernan. Una ceguera que repercute negativamente no solo en términos culturales (estamos dejando desaparecer siglos y siglos de Historia), sino también en el aspecto económico. No hace falta ser muy inteligente para ver que el patrimonio histórico es un reclamo turístico de primera magnitud, y ejemplos hay donde elegir: las murallas de Ávila, el Acueducto de Segovia o la Alhambra de Granada. La cantidad de riqueza que ha reportado estos insignes emplazamientos son sencillamente incalculables. Incluso a nivel más modesto podemos encontrar la constatación de que el turismo histórico es una fuente de beneficios a tener en cuenta: el poblado íbero de La Ciutadella (en Calafell) o el Castillo de Xàtiva (Valencia) son otro buen ejemplo.
Para un escritor de novela histórica esta desvergüenza produce, obviamente, un enojo mayor. El pasado es nuestra inspiración, y si este desaparece, también lo harán las musas que nos susurran historias llegadas de la época andalusí, visigoda o íbera. Este es uno de los motivos por los que se concibió, hace meses, el proyecto Retales del pasado. Y lo hizo como surgen las ideas sinceras: un grupo de compañeros de letras que deseaban hacer algo juntos. ¿Una antología de relatos históricos? ¿Por qué no?, nos preguntamos. Era algo habitual en otros géneros (yo mismo he participado e incluso compilado colecciones de fantasía y terror, por ejemplo), pero no tanto en literatura histórica. ¿Y si además le sumábamos una función reivindicativa y solidaria? Pondríamos el foco en el problema del patrimonio histórico, y además cederíamos nuestros royalties como autores a una entidad que lo necesitara.
Tras estudiar las distintas opciones, la elegida fue la Biblioteca Viva de al-Ándalus (BVA), con sede en Córdoba, centrada en dar a conocer la cultura andalusí. Los motivos que decantaron la balanza fueron varios: ¿qué mejor manera de aunar historia y literatura que a través de una entidad que se dedica a recuperar textos antiguos? Resultaba perfecto, porque además por aquel entonces el ayuntamiento de Córdoba debía varias anualidades a la BVA.
Y así nos pusimos manos a la obra. Fueron seleccionados 19 autores especializados en el género histórico, muchos de ellos de reconocido prestigio: Javier Negrete, Francisco Narla, Carlos Aurensanz, Olalla García, Nerea Riesco, Sebastián Roa o Teo Palacios (estos dos compiladores de la antología), entre otros (si quieres saber el listado completo, te animo a visionar el booktrailer de la antología al final del artículo o AQUÍ). Auténticos monstruos de las letras que se apresuraron a unirse a la iniciativa de apoyo a la BVA, cada uno en su estilo y tratando una época distinta. Así pues, el lector que se asome a Retales del pasado visitará las arenas egipcias, las tierras íberas o las Américas; conocerá lo que pudo ser y no fue en torno a Julio César, o descubrirá la vida de un auténtico capitán de barco; María de Estrada, Cervantes o Indíbil… Personajes que fueron o incluso otros que nunca existieron, pero que sirven de ojos para devolvernos todo aquello que nos dio forma como sociedad, a través de las eras.
Mención especial también para la editorial que decidió apostar por publicar el proyecto. Huelga decir que Ediciones Pàmies es especial para mí, siendo como fue la casa editorial que llevó mi primera novela, El espíritu del lince, a las librerías en 2012. Una vez más Pàmies ha demostrado su compromiso con la literatura nacional con una decisión que muchos no imaginaréis lo arriesgada que es. Las antologías no suelen vender muy bien en nuestro país, por desgracia.
Retales del pasado nace hoy. Ya está en las librerías de toda España. Y quienes le hemos dado forma esperamos con ilusión que este libro no solo haga disfrutar al lector, si no que lo conciencie acerca de una problemática que por desgracia queda ensombrecida tras el velo de una crisis que no solo degrada el presente y el futuro, también carcome el pasado.
Ese pasado del que, rectificando al gran Miguel de Unamuno (si se me permite la osadía), somos tan hijos como padres de nuestro porvenir.