Que Darío Vilas es uno de mis autores actuales favorito no es ningún secreto. Pero ahora que su nombre empieza a sonar más gracias a su elección como finalista por su última y genial novela en solitario «El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas» en los Premios Nocte de este año, quería reivindicar la que para mí es sin duda su mejor novela, o al menos aquella que más me ha impresionado en lo personal. Me refiero a esa historia de no-zombis envuelta en un envoltorio con zombis: «Lantana. Donde nace el instinto» (Dolmen).
No voy a pretender esconder el lazo de amistad que me une con el autor porque sería absurdo (fui el prologuista de su primera novela, “Instinto de superviviente”, precisamente la obra que transcurre cronológicamente tras “Lantana”). De todos modos, a pesar de lo que algunos puedan alegar, no creo que esa amistad me incapacite para plasmar mis impresiones sobre esta novela, tanto las positivas como las negativas.
En primer lugar habría que destacar que “Lantana” es en sí misma una historia argumentalmente independiente de “Instinto de superviviente”. La novela gira en torno a Nacho, un joven hastiado de todo pero a la vez atrapado en una espiral de conformismo y apatía, que llega a la ciudad imaginaria (pero española) de Lantana. Una urbe muy particular, ya que de un simple pueblecito ha pasado a convertirse en una ciudad próspera en medio de un país en crisis (guiño a nuestra triste actualidad). Y todo gracias a una gran empresa multinacional de conservas y la prospección geotécnica que se realiza en el desierto que lame la ciudad.
Como suele ser habitual, no voy a desvelar nada más acerca del argumento, para no fastidiar al lector. Pero sí puedo asegurar que esta es una novela de personajes, o mejor dicho, del protagonista y sus sensaciones. Esta es la historia de Nacho. Y en esas circunstancias Darío Vilas saca a relucir lo mejor de sí mismo como escritor, esa habilidad para recrear los mundos interiores de personas muy drásticas en su carácter. Es por tanto una novela minimalista, una recreación del protagonista de una exquisitez poco común hoy en día. Vilas vive a Nacho, y por tanto puede describir a la perfección las profundas (que no complicadas) reflexiones de esta alma desubicada. Y lo más inquietante, lo que me tocó por dentro como lector, es que esas elucubraciones han resultado ser muy similares a las que cualquier persona sensible se formula en alguna ocasión a lo largo de su vida. ¿Quién no se ha sentido aislado del resto del mundo en un momento dado?
El autor narra en primera persona, valiéndose de contundencia y sencillez literaria: “Al bajar del tren respiré un aire distinto. Un fin y un comienzo a la vez. El lugar en el que todo pasaría. Porque antes no había pasado nada”. Este pequeño extracto resume a la perfección la novela y sus intenciones. Se trata de retratar a un autentico zombi, un muerto en vida hambriento de reducir su individualidad a cero y convertirse en uno más de esa sociedad alienada a la que mira desde una distancia insalvable. Se trata de dar fe de su soledad, de la llegada a Lantana, de la conexión con los otros personajes. De hecho, son los secundarios quienes marcan ambas líneas argumentales: Niilo es el enlace con la trama Z; Mari y su hija Ángela, representan el aspecto emocional de Nacho.
¿Y qué hay de la trama Z? Está ahí, complementando la historia del personaje, interactuando, turbándole como una pequeña astilla de madera clavada en un dedo. Le condiciona, por supuesto, pero es un halo de misterio e intriga, algo actuando en segundo plano y tan bien descrito que por momentos te puede el mismo desasosiego que a Nacho. Hasta que, finalmente, estalla en una parte final más acorde con el género en el que (por los pelos) está clasificada. Vilas nos descubrirá cómo dio inicio el holocausto zombi de “Instinto de superviviente”, aunque dejará los “por qué” para la última entrega de la saga, así como la resolución (en una tercera obra que, como el mismo Vilas confesó, está en el aire por motivos editoriales).
En el apartado de estilo, el autor conjuga a las mil maravillas la sobriedad con las composiciones de alto nivel, haciendo gala de un uso evocador de los recursos literarios y de una infinidad de matices, una intencionalidad casi en cada frase. Y lo hace sin excesivos alardes, solo los necesarios para conseguir el efecto deseado. Efectivo más que efectista. Del mismo modo, no cae en el error de equiparar el léxico del narrador durante sus reflexiones íntimas con su manera de hablar en los diálogos, mucho más informal y por tanto natural. Este equilibrio, muy complicado de conseguir, convierte la obra en una lectura agradable y a la vez enriquecedora.
¿Estamos pues ante una obra maestra perfecta? Desde luego que no. Para mí es sobresaliente, supera a su predecesora, pero hay varios apuntes potencialmente negativos. En primer lugar, tal vez el final de la novela deje un poco a medias a algún lector que espere una resolución más contundente de la historia en torno al protagonista, Nacho. A título personal me ha gustado el modo en que Vilas cierra la trama, sugiriendo más que diciendo, pues es al mismo tiempo más fiel a todo el estilo de la obra. Una conclusión épica habría resultado demasiado grandilocuente y antinatural, visto el desarrollo de la novela, aunque no es menos cierto que a las escenas de pura acción (escasas) les falta un punto de intensidad visual. Quizás la explicación a esta debilidad sea la misma que la fortaleza del éxito en el tratamiento del personaje: Vilas se siente más cómodo con las historias interiores de sus personajes que con la acción.
El otro gran punto negativo escapa al control del autor: la portada del libro (con los zombis bien presentes) y su clasificación dentro de la línea Z de Dolmen. Una decisión poco acertada en mi opinión, pues puede llevar a engaño a los fans de este género, que quizás esperen algo más cercano a los apocalipsis Z.
En resumen, “Lantana. Donde nace el instinto” es una novela soberbia siempre y cuando el lector tenga en cuenta que no va a encontrarse con una historia clásica de zombis, sino una obra intimista, un tratado de la psique de un personaje “enfermo de soledad” (como le gusta decir al propio autor), y que de pronto se ve metido en un misterio que esclaviza ese conato de vida que creía haber alcanzado a su llegada a Lantana. Una novela que, en mi caso, tocó fibras sensibles. Suficiente para convertirla en inolvidable.