La editorial independiente Saco de Huesos tiene fama de apostar por la literatura de calidad, y con esta obra de José Luis Cantos justifica esta visión que muchos tenemos. Hoy os hablaré de «Relicario para insomnes», una antología de relatos que sigue la buena línea iniciada con «El ojo en la cerradura» (Ediciones del Cruciforme). La colección de microrelatos con la que el autor murciano inició oficialmente su carrera literaria en solitario (tras participar en infinidad de obras colectivas) fue apenas la punta del iceberg. Ahora vuelve con un libro entroncado en el terror, quizás más convencional en lo formal, pero repleto de buen hacer literario.
José Luis Cantos se deja llevar en estos relatos, en la mayoría al menos. Es algo que se nota: la libertad de acciones se transmite mediante una narración por momentos exquisita, con una utilización acertada de los distintos recursos literarios. Es el punto fuerte, la narrativa, una prosa cuidada, elegante cuando tiene que serlo, hiriente cuando así lo requiere la trama. 166 páginas de drama, sexo, muerte, secretos, reflexiones sobre lo volátil del pasado, el miedo y lo onírico, en un cóctel de porcentajes equilibrados.
Este ejercicio de cirugía literaria aplicada mayoritariamente al terror empieza con el primer relato de la antología. «Insomnio» es una historia de emociones, de transmisión de estas al lector. Es en este texto donde encontramos los mejores ejemplos de esa prosa deliciosa y cargada de recursos: «A mi espalda, sumergido en la oscuridad del dormitorio, el minutero sigue lanzando estocadas al aire, me recuerda que la madrugada avanza hacia el alba, y que yo aún sigo despierto». Perfecta elección incluso de las pausas, a través de un uso perfecto de la división de párrafos.
Con «Ella», Cantos lanza al lector a un juego erótico compartido por los personajes, la farsa de los protagonistas y el choque entre lo apasionado y lo mundano. Una prosa menos jugosa que el anterior relato, pero una trama más elaborada.
Por supuesto, no todo es intachable. Ocurre en todas las antologías: algunos relatos gustan más y otros menos. Mejor dicho, con unos conectas más que con otros. Esto ya es un tema puramente argumental y subjetivo. «Larvae», por ejemplo, no me convenció: parece dividido en dos partes argumentalmente desconectadas (la cita con la chica no conecta con lo que le ocurre luego al protagonista).
El aspecto argumental remonta en «Naraka», un buen ejercicio descriptivo de los escenarios donde transcurre, y sorprendente en su giro final. «Hannah» está bastante bien, aunque chirría porque quizás sea el relato más convencional de todos (lo que por sí mismo no es malo). Con «La deuda» el autor me hizo sudar, ya que le tengo cierta aprensión a los dentistas y uno de mis miedos recurrentes tiene que ver con los dientes. «Punto de inflexión» es interesante, pero tampoco estaría entre los mejores relatos, aunque destaca una vez más por una narrativa rica en recursos («El asfalto silba con indolencia mientras nos tiende su lengua negra calle arriba», magnífico).
Siguiendo con este repaso breve de los relatos, «Espina de Cristo» está entre mis preferidos, muy intenso emocionalmente, y cargado de sentido («Se extiende y va desmenuzando el tejido, la piel; el pasado. Lo hará desaparecer por completo»). «Erica» tiene un final poderoso, y en general es una historia que podría haber dado para más, tal vez una novelita corta. Ahora bien, «Solitud de Adán», una historia apocalíptica es quizás demasiado previsible, a pesar de contar con un personaje loco y alejado de la realidad. «La duda» es corto, pero muy efectivo; la desesperación del personaje me llegó con mucha fuerza.
«Eve» me ha parecido el relato más triste y difícil de digerir, por lo desgraciadamente real que es su trama, por la dolorosa situación del personaje; se me hizo un nudo en la garganta al leerlo, así que puede decirse que aunque te deja un regusto amargo y una gran pena, cumple con su objetivo. «La voz del pasado» está situado en mala posición, pues al venir de un relato tan intenso me resultó imposible saborearlo. «Naturaleza uno» me devolvió a la lectura gracias a la intensa escena de sexo, que casi diría que es épica; otro final grandioso.
«Salomé» en cambio me pareció desagradable, el lector que aborde el libro entenderá el motivo. «El puzzle Haarmann» repite similares reacciones, pero hay que decir que esa es sin duda la intención del autor, así que en ese sentido cumple el cometido para el que fue creado. «Emparedando el recuerdo» está muy bien llevado, pero palidece ante el texto que lo sigue, en mi opinión el mejor relato de la antología: «Anónimo», un impresionante ejercicio literario del que no puedo decir más que me encantó la calma con la que se desarrolla ese final del personaje anónimo, el juego sutil de ignorar la identidad del protagonista para enfatizar su conclusión. «El rey de los insomnes» es un digno final para la antología, pero tras «Anónimo» sabe a poco.
En resumen, este «Relicario para insomnes» es una obra notable, con un manejo literario de matrícula, donde el autor generalmente lleva las cosas por donde quiere.
En el relicario, las sombras, la tinta, la luna.
En el relicario, los demonios, la locura.
Dentro, la duda, la puerta, el cerrojo.
Dentro nadie escucha, arden los despojos.
En el relicario, el secreto, la mentira, el ojo.
El relicario se mueve, palpita, se tiñe de rojo.
Fuera, el aire, el sol, fuera la luz.
Dentro del relicario, nosotros.
Dentro del relicario estás tú.