Están siempre a la sombra de los escritores, escondidos entre los créditos de los libros. Pero su trabajo es indispensable para que esa novela que llega al lector tenga una calidad mínima en cuanto a corrección. Ellos son los correctores ortográficos y/o de estilo, y hoy hablaremos con uno de estos profesionales de los que pocas veces se habla: Ángeles Pavía.
·Todo el mundo ve al corrector como aquel que se encarga de detectar faltas ortográficas en una novela (o libro de cualquier índole) y los corrige. Pero, ¿es tan simple vuestra labor, o hay algo más? En realidad hay más, mucho más… a veces. Me explico: todo depende de lo que se acuerde con el editor o con el autor. En un texto se puede hacer una corrección ortotipográfica, que es la más simple, corrigiendo solo faltas de ortografía, gramaticales y colocando como toca las comillas, las rayas de diálogo, las cursivas… Otro tipo de corrección sería la corrección de estilo, que además de ortotipografía, cuida el estilo literario del autor, eliminando repeticiones, gerundios en exceso, vocabulario incorrecto, gramática no incorrecta, pero si cargante o poco fluida… Y la tercera y más completa o edición de un texto es cuando, además de todo eso, se revisan gazapos argumentales, se revisa coherencia tanto de personajes como de ambientación, se revisa estructura de la novela, ritmo, e incluso se revisan o anotan fallos de documentación. A mí, personalmente, me resulta casi imposible atenerme solo a la ortotipográfica, así que siempre suelo realizar la de estilo, o más bien la tercera, pues ante gazapos o incoherencias soy incapaz de callarme y suelo señalarlo.
·Suele decirse que detrás de todo gran escritor hay un gran corrector… ¿Sois indispensables en el mundo literario y editorial? Yo creo que sí, que para el escritor es necesaria esa figura. El escritor, cuando escribe, está demasiado metido en la historia y suele llevarla en la cabeza, por lo que muchas veces, tiene tan presente lo que quiere poner, que no es capaz de ver lo que ha puesto en realidad. Esto es lo que se conoce como «ceguera del escritor», cuando este tiene tan claro que está hablando de los cajones de la cómoda, que no ve que pone los cojones de la cómoda, por ejemplo. Otro motivo por el que creo que somos indispensable es porque el corrector no solo lo es de faltas de ortografía, sino que cuando llega ahí es porque es alguien que domina el lenguaje. Pero no solo porque sepa mucha teoría sobre gramática y literatura, sino porque sabe aplicarlas. Es alguien con el culo pelado de leer mucho, y de leer de todo, y sabe cómo resolver y hacer más fluido, por sus muchas lecturas y por sus conocimientos sobre literatura y redacción, cualquier texto. Y cuando hablamos de lectura profesional, aún considero su figura más necesaria todavía, y siempre antes que la corrección.
·¿Trabajas para editoriales o eres correctora freelance? Ambas cosas, según me contraten. A veces es un editor el que te busca porque tiene una sobrecarga de trabajo y no dan abasto, o porque trabaja con correctores freelance. Otras veces es el escritor el que quiere presentar su novela, ensayo o relato a un concurso o autopublicarse, y, como es normal, quiere que su criatura esté lo más guapa posible en su presentación en sociedad.
·No hace mucho, en una discusión en las redes sociales (aunque no era la primera vez que me ocurría), hubo un autor que dijo que él no quería trabajar con correctores, porque este proceso alteraba su texto. ¿Está justificado este temor? Según lo que se entienda por alterar el texto. Si eliminar repeticiones y sustituirlo por sinónimos; si una frase de 250 palabras en la que se sustituyen comas por puntos donde toca la dejas en tres de 85; si utilizar el vocabulario adecuado cuando se ha dado un patinazo y se ha confundido espingarda con espigada, o voluble por voluptuoso; si todo eso es alterar el texto, pues… no sé qué decirte. El buen corrector debe hacer suyo el lema de la RAE: «Limpia, fija y da esplendor», pero sin alterar sustancialmente un texto. Su labor debe ser la del buen jardinero, que sin modificar el jardín lo limpia de malas hierbas, de ramas superfluas y de hojas muertas. Pero por desgracia no siempre es así y en ocasiones vemos correcciones no muy cuidadas en las que se ha confiado esta labor a no profesionales que se plantean más cómo escribirían ellos (y muchas veces no lo hacen bien) que cómo debe estar escrito para que esté correcto.
·En mi web trato de dar a conocer los entresijos del mundo editorial y literario al público en general. En tu caso, me gustaría que describieras un poco el proceso que sigues durante la revisión y corrección de la obra. El proceso es simple: voy leyendo y corrigiendo muy detenidamente. Para ello utilizo el Word, con su magnífica herramienta «control de cambios». No suelo corregir más de un capítulo de una sentada, pues se corre el peligro de habituarse demasiado al autor o engancharse demasiado al texto y pasar de largo cosas importantes. Otra cosa que hago es pasar una segunda revisión a cada capítulo, tiempo después, para comprobar posibles fallos, sobre todo cuando en alguna frase hay más rojo que negro y necesitas leer el resultado final para comprobar cómo queda. Para ello, le doy a aceptar cambios, reviso y doy el visto bueno. También, otra cosa que voy haciendo, sobre todo cuando el autor tiene muchos fallos gramaticales, es ir leyendo en voz alta, como si me lo dictara a mí misma, pues es como mejor veo la estructura de la frase. Si una frase que estoy leyendo no tiene el ritmo adecuado, no soy capaz de leerla en voz alta con sentido, es que, sin duda, está mal redactada.
·¿Cuáles son los errores más habituales que sueles encontrarte en los textos que revisas? Uno de los más graves y más comunes es que la gente no domina la gramática. La estructura de la frase, y en especial la utilización de las comas, lleva de calle al escritor medio. Y ya, del punto y coma, mejor no hablar. Ortográficamente hay de todo, pero con lo que más me peleo siempre es con la estructura de las frases. Otro problema que veo mucho es que la gente está muy acostumbrada a las malas traducciones del inglés, y hay cada vez más un mayor abuso de gerundios y de frases en pasiva.
·En muchas discusiones literarias o que giran en torno a la problemática actual en el mundo de los libros, salen a colación afirmaciones como que muchos libros publicados, incluso en grandes editoriales a los que se presupone un buen plantel de correctores, están repletos de errores no ya de estilo, sino ortográficos. ¿Crees que es realmente así? Por desgracia, sí. Pero no es algo que haya pasado siempre. Yo llevo ya más de cuarenta años leyendo de forma compulsiva y antes se hablaba de que la edición tal de tal ejemplar tenía una errata en la página tal. Pero desde hace unos años, unos cinco o quizá algo más, esto es algo cada día más habitual.
·¿Os está afectando la crisis del sector editorial? Muchísimo. El corrector es de lo primero que se ha prescindido en plantilla en las editoriales. Y cuando es imprescindible su trabajo se le busca freelance con unos precios abusivos que no compensan las horas que se le echan. Por otra parte, con un 26% de paro, hay muchos escritores que no tienen recursos para pagar a un corrector si quieren autopublicarse en las condiciones que les gustaría, con lo que hay mucha menos contratación.
·Por otra parte, la popularidad de la autopublicación digital en plataformas como Amazon está provocando que multitud de empresas o profesionales ofrezcan sus servicios como correctores a estos nuevos autores independientes. ¿Ves un futuro firme en esos nuevos formatos de publicación, en lo que a vosotros respecta? Sí, es una gran oportunidad para nosotros. El problema es que hay poco dinero en funcionamiento. Como he comentado antes, muchos autores no tienen efectivo para pagar, no solo nuestros servicios, sino los de un portadista, o un maquetador que les ponga de tiros largos a su criatura. Si esta crisis llega a resolverse algún día, es posible que todo vaya rodando y el trabajo del corrector no sea un lujo, sino algo cotidiano.
·Imagino que te habrás encontrado con todo tipo de textos, de diversas calidades. ¿Alguna vez has tenido que abandonar un encargo, debido a las pésimas condiciones de esa obra? No hace falta que des nombres… Sí, más de una vez, por desgracia (y digo por desgracia porque después del trabajo no cobré ni un euro). A un escritor le dije que estaba muy verde, que su historia era muy interesante, pero que necesitaba madurar mucho como lector y como escritor para desarrollarla. Que la dejara reposar un tiempo y que más adelante volviera a ella. La verdad es que era muy joven. A otro le dije, simplemente, que no necesitaba un corrector, sino un negro literario que reescribiera todo aquello. La verdad es que no había por dónde cogerlo. Era demasiado trabajo y esfuerzo para el presupuesto acordado.
·Y ahora, todo lo contrario, y aquí sí puedes dar nombres: ¿Alguna obra que haya sido un placer corregir? Si, ha habido varios escritores a los que no ha sido necesaria casi ninguna corrección, la verdad. A Virginia Pérez de la Puente no puedo decir que le corrija nada cuando leo sus manuscritos, porque le hace la misma falta un corrector que a un Santo Cristo dos pistolas. Algún dedazo tonto que se le escapa, pero poco más. Lo mismo puedo decir de Josep Asensi, de Sebastián Roa, de Marta Querol, Nacho Becerril o de Yolanda León. Por otro lado, ha habido trabajos que, aun teniendo que corregir más profundamente, he disfrutado tanto con ellos que pienso que han valido la pena.
·También se dice que los autores aceptan muy mal las correcciones, incluso cuando vienen de profesionales. ¿Crees que es algo generalizado o solo se trata de casos puntuales? ¿Has tenido algún problema en este sentido? Más de uno y más de dos. Y sé que los seguiré teniendo mientras me dedique a esto. Tienes desde el autor que te discute cada coma y cada sinónimo cuando te repiten cinco veces en un párrafo la misma palabra, hasta el que se empecina en que esa palabra mal escrita la quiere así porque a él le gusta más así. Pero no podemos generalizar, ni hablar de casos puntuales. Eso es algo que depende mucho del ego, de la falta de autoestima, de la capacidad de autocrítica y de las ganas de aprender que tenga cada escritor. También he corregido a escritores que me han dado las gracias y que se han convertido en grandes amigos, porque hemos de pensar que el corrector es aquel que va a cuidar de tu niño como si fueras tú mismo, pero con profesionalidad, para que luzca con todo el esplendor que merece. Otro problema serio viene cuando te piden tu opinión sobre la obra, o cuando te encargan un informe de lectura y no les gusta que señales los fallos. Ha habido quien, después de ver que he leído su obra por comentarios en blogs o en redes sociales, me ha pedido mi opinión, se la he dado por privado y me ha devuelto hasta insultos y amenazas, solo por señalarle los fallos que veía a su libro.