Así pues, en el anterior artículo explicaba cómo conseguir información fiable. Ahora llega otro momento peliagudo: saber interpretarla y, luego, convertirla en literatura.
·Interpretación: Estamos ante una tarea complicada. Debemos tener muy presente que la Historia la escriben los vencedores. Este axioma es una gran verdad que se puede entender a la perfección mediante varios ejemplos:
-La visión que nos ha llegado de un personaje tan importante como Aníbal el cartaginés (quien tuvo contra las cuerdas a Roma) está viciada por el partidismo de los historiadores latinos. No hemos heredado la otra cara de la moneda, la de los perdedores, debido a las sucesivas destrucciones de Cartago y sus obras literarias (aunque sabemos que existieron). Para los romanos Aníbal era un individuo ruin porque así tenía que ser el enemigo de Roma para justificar los motivos de la guerra; al mismo tiempo, alababan su genio militar, porque a mayor enemigo, mayor gloria en la victoria.
-Otro caso: para Estrabón, todos aquellos pueblos alejados de la influencia helena y latina eran poco más que salvajes. ¿Fue realmente así? Seguramente era un planteamiento exagerado destinado a engrandecer la sociedad dominante. De hecho, algunas costumbres lejanas a Grecia o Roma eran bastante más civilizadas, como el papel de la mujer íbera, reverenciada a diferencia de las romanas o griegas.
¿Podemos por tanto fiarnos de lo que nos digan los historiadores clásicos? De algunas cosas sí, aquellas claramente descriptivas; de otras no, en especial de los juicios de valor que realizaron. Quizás ahora el autor novel empiece a comprender las complicaciones reales de la documentación. La solución, en parte, está en los artículos especializados, donde los expertos demuestran estar capacitados para interpretar las fuentes clásicas gracias a sus años de estudios.
¿Y qué ocurre cuando existen hipótesis enfrentadas entre los historiadores contemporáneos? En tal caso mi recomendación es que, en igualdad de condiciones, el escritor opte por la que más le interese argumentalmente. Ocurre lo mismo con las lagunas históricas, un mal endémico que aumenta conforme retrocedemos en el tiempo, pero que puede ser una bendición cuando afrontemos el siguiente paso del proceso. El escritor puede y debe inventar entonces, siempre sin salirse de la ambientación que sabe segura (no se le ocurra, por poner un ejemplo muy drástico, que un legionario romano de la época republicana vista como uno de los años imperiales).
·Adaptación literaria: Llegamos a un punto en que tenemos toda la información que necesitamos, aunque lo más probable es que retomemos la documentación cuando empecemos a escribir nuestra historia para solventar dudas imprevistas. Es el momento de convertir en literatura todos esos datos. Tendremos que vestir el argumento, decidir qué información utilizar y cual desechar. Y, al mismo tiempo, adaptar la que nos sea útil siempre al servicio de la trama. Nunca, jamás olvidemos que una novela es ante todo ficción. Y la habilidad más poderosa del autor, la imaginación. Lo que contamos es nuestra visión personal de lo ocurrido en el pasado, y por tanto tenemos la potestad de trasgredir ciertas normas si así nos lo demanda la historia.
En lo personal, no me parece muy aconsejable que la novela histórica se convierta en un ensayo encubierto, en un texto puramente descriptivo donde el autor se dedica a hacer alarde de cuánto sabe de esa época y sociedad. Soporto mejor un fallo de documentación, una licencia (siempre que sea algo moderado), que una narración encorsetada donde se nos describe hasta la más irrelevante de las costumbres. Cualquier cosa que no enriquezca la trama o no sirva para profundizar en un personaje solo entorpecerá lo que pretendemos contar. Por tanto, una vez más, mi regla de oro: equilibrio.
En resumen, el proceso de documentación es un paso delicado pero que hoy en día no es un imposible para ningún autor novel, aunque tal vez sí un reto (¿y qué es la vida de un escritor, sino salvar retos?). Sea como sea, el escritor debe convertirlo en una experiencia positiva, a poder ser apasionante. En lo personal disfruté con el proceso para crear «El espíritu del lince», aprendí mucho y me sirvió para descubrir un género que hasta el momento solo conocía como lector. Y, por supuesto, es mejor no preocuparse por los inevitables errores documentales. A todos nos ha ocurrido, pero si el autor trabaja bien este apartado, serán pocos y perdonables.
Recuerda, compañero autor, que si no apreciamos la época en que transcurre nuestra historia, ¿cómo vamos a disfrutar escribiéndola?