Uno de los debates más candentes y que más escalda los ánimos en el mundo literario es, sin duda, el de la cultura libre y gratuita. La aparición de Internet ha democratizado las posibilidades de comunicación y difusión, lo que ha planteado un movimiento en mi opinión teñido de populismo, inexactitudes y conceptos erróneos. En este artículo trataré de plantear uno de ellos: ¿Qué es la cultura realmente?
“Cultura” es un término que utilizamos en mil y un discursos relacionados con la literatura y la industria editorial. Pero, ¿lo usamos con propiedad? A la hora de definir un término, se hace indispensable acudir al diccionario, y esto es lo que dice la Real Academia Española sobre la cultura:
cultura.
(Del lat. cultūra).
1. f. cultivo.
2. f. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.
3. f. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.
4. f. ant. Culto religioso.
Obviamos rápidamente la primera y la cuarta definición y nos detenemos en las otras dos, sobre todo en la tercera. Vemos que, centrándonos en lo que nos atañe (la literatura), hace referencia al conjunto de obras que dan forma al desarrollo literario en una época. La cultura es por tanto un concepto que se basa en la capacidad de quedar grabada en el imaginario popular hasta formar parte de la Historia a un nivel imperecedero y más allá de su tiempo.
Teniendo en cuenta esto, opino que el término “cultura” es utilizado normalmente con connotaciones que han deformado su significado real (lo cual, dicho sea de paso, me parece peligroso a la hora de esgrimir argumentos en una discusión, en especial aquellas que más ampollas hacen saltar). En este cajón de sastre hemos metido todo lo que se publica. Los libros son cultura automáticamente en el momento de ser creados. O al menos así lo aseguran algunos.
Llegados a este punto, habría que plantearse cuántos de los libros (o películas, o discos, o cualquier otra obra artística) pueden ser considerados realmente parte de la “cultura”. “Don Quijote de la Mancha”, sin duda, es una obra cultural, pues ha quedado inmortalizada y forma parte de nuestra identidad como grupo humano. No creo que nadie ponga objeciones a este planteamiento. Pero, ¿es cultura una novela cualquiera (las mías, por ejemplo)? Tal vez algún día, si llegan a convertirse en un legado que me sobrepase como autor y sean adquiridas como propias por la sociedad. Pero no creo que hoy en día pueda considerarse “obra cultural” a la inmensa mayoría de libros que se publican, si nos atenemos a lo que nos dice el diccionario. En mi opinión resulta más correcto hablar de ocio y entretenimiento, dicho sea sin ánimo despectivo, porque son dos conceptos muy necesarios para la sociedad.
Por tanto, cuando se habla de que los libros son bienes culturales y por tanto deberían ser accesibles y gratuitos para todos, se está incurriendo en un primer error: la literatura actual tiene más de ocio que de cultura, pues muy pocas han enraizado en la sociedad.
La accesibilidad a la cultura (la verdadera cultura), e incluso la gratuidad de esta, está disponible para cualquiera que lo desee. Existen multitud de portales en Internet (además de las bibliotecas de siempre) donde se ofrecen legalmente obras clásicas que, estas sí, forman parte de nuestra cultura: Cervantes, Quevedo, Shakespeare, Blasco Ibáñez… Pero no son estos libros los que reclaman muchos de los defensores de la cultura libre y gratuita, ¿verdad? No, exigen el último ejemplar de “Canción de Hielo y Fuego” o “50 Sombras de Grey”. Obras que, por muy buenas que sean, todavía no son parte de la cultura humana.
Tal vez es porque lo que realmente importa a algunas de estas personas no es la cultura, sino algo mucho más prosaico: la posibilidad de conseguir ocio sin tener que pagar por él ni esperar.