Artículo de opinión

El espíritu del lince, dos años después

El humo de las hogueras de Arse se eleva a mis espaldas. Ensordecedor estruendo: acero contra acero, bravura contra dolor, muerte sobre vida. Visión escalofriante: un tapiz de cadáveres sobre el suelo, ladrones de la blanca pureza de las losas. Odioso hedor: a sangre encharcada y a esfínteres vencidos por el miedo.

Pero para mí no existe nada más que aquellos ojos penetrantes, atentos a los míos: la mirada de mi enemigo. Un rival de tal estirpe que engrandece mi hazaña: Aníbal Barca, el Conquistador, Estratega de Cartago. El mayor héroe de su patria; poseedor, dicen algunos, del espíritu flamígero de su dios Baal. Aníbal el León.

Derrotado.

alt="El espíritu del lince, Corte Inglés, javierpellicerescritor.com"Estos eran los primeros párrafos que, hace justo hoy dos años, leyó la anónima persona que tomó entre sus manos un nuevo libro llamado «El espíritu del lince». Paseaba por una librería, había acudido para ojear las novedades en novela histórica como hacía cada semana, pues era un lector voraz de este género. Y entonces vio la portada, con aquel guerrero de aire épico mirando hacia el peligro, amparado por ese lince etéreo que lo contemplaba desde las altas esferas. Se sintió atraído por la soberbia ilustración, y su mano voló al instante hacia el libro. Lo abrió y echó un vistazo al primer capítulo, que lo metía de lleno, y sin contemplaciones, en una de las batallas más grandiosas de la Historia. El lector (porque ya lo era, había quedado atrapado por el hechizo del lince) no sabía por qué luchaban ese íbero y el general cartaginés. ¿Sería cierto? ¿Estaría el famoso Aníbal Barca derrotado? ¿Cambiaría Icorbeles el Edetano el curso de la Historia? Tenía que saberlo, así que compró la novela. 

alt="El espíritu del lince, Ediciones Pàmies, novela histórica, íberos, Javier Pellicer, javierpellicerescritor.com"

Y aquella misma noche, en la calma y mágica intimidad de su habitación, se dispuso a viajar a la Iberia del siglo III a.C. Y con cada página, con cada párrafo, forjó una profunda conexión con Icorbeles: rió con él y Alorco, sufrió con sus pérdidas, se emocionó con sus amores y vibró cuando, como el guerrero, empuñó la falcata para defender a su pueblo del invasor cartaginés. Y así, al llegar al final de la historia, aquel lector desconocido cerró el libro, sonrió, suspiró. Dejó la novela con cuidado en la estantería, haciéndole un hueco entre aquellas obras que más le habían impactado.

Y luego se acostó, cerró los ojos, y soñó con la grandiosidad de las tierras íberas.

Gracias a todos los lectores de El espíritu del lince por estos dos años de experiencias. Gracias por haberme cambiado la vida.

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