Artículo de opinión, Mundo editorial

¿Son caros los libros? Soluciones (III)

En las anteriores entradas de este artículo hemos analizado si realmente un libro es caro desde el punto de vista más cerebral y el pasional. Pero la evidencia es innegable: aunque el precio de venta al público está más que ajustado (como ha quedado demostrado), muchos lectores no pueden permitirse comprar libros con la asiduidad que desearían. Por tanto, surge la pregunta: ¿Hay una solución para esto? Vamos intentar encontrarla basándonos en las propuestas que se debaten en el entorno editorial y literario.

alt="libros low cost, javierpellicerescritor.com"Rebaja en la calidad física del producto

Sería la primera opción que valoraríamos en el caso de desear rebajar el precio de venta al público de un libro: reducir los costes de producción. Pero como vimos en la primera parte de este artículo, los márgenes están tan ajustados que recortar esos 4,8 € que costaba producir el libro implicaría necesariamente una rebaja en la calidad del producto físico: adoptar un papel de un gramaje más fino, letra más pequeña para ahorrar páginas, una maquetación más simple, una portada sin solapas, o un encuadernado pegado. Esta opción ya está siendo utilizada por algunas editoriales modestas que apuestan por los precios bajos. Libros low cost que pueden venderse a precios mucho más competitivos (alrededor de 15 €), pero que inevitablemente ofrecen un producto físico más perecedero: se desencuadernan en poco tiempo, las páginas se doblan con facilidad, y la lectura es más fatigosa debido a esa letra pequeña. Como asegura el dicho, nadie da duros a cuatro pesetas.

Recortes en la edición

Algunas editoriales prefieren inclinarse por reducir costes de edición, prescindiendo de algunos profesionales que participan en estas labores. En las editoriales pequeñas es habitual que las tareas de maquetación y corrección recaigan sobre el propio editor, que decide asumir estos roles sin cobrar por su tiempo, para que repercuta positivamente en el precio del libro (o en un mayor beneficio personal). Sin embargo, esta elección no está exenta de desventajas. La primera y más evidente es que el editor normalmente no está especializado en dichas tareas, lo que puede perjudicar la calidad final del libro: faltas ortográficas que se escapan en mayor proporción, maquetación deficiente, etc… Otra nota negativa es la cantidad de tiempo que absorbe la necesidad de realizar tantas tareas simultáneas. La consecuencia es que estas editoriales no podrán publicar un volumen de libros suficiente para conseguir unos beneficios mínimos con los que subsistir. En lugar de sacar un libro al mes, tendrán que publicar uno cada tres meses. Y si estos editores tienen que pluriemplearse para llegar a fin de mes, todavía dispondrán de menos tiempo. La pescadilla que se muerde la cola.

alt="distribución libros, javierpellicerescritor.com"Eliminación de intermediarios

Esta es sin duda la propuesta más demandada por los defensores de precios más bajos, y ya está siendo puesta a prueba por algunas editoriales pioneras. Estas deciden prescindir de eslabones de la cadena como la distribución o las librerías. Pero, ¿en qué repercute esto?

A priori, lanzar un libro al mercado sin una distribuidora abarata aparentemente el ejemplar, a costa de visibilidad y acceso a las tiendas. Estas suelen tener acuerdos con las distribuidoras, por lo que la mayoría solo acepta vender libros servidos por estas. La consecuencia es que los títulos publicados por editoriales que pasan de las distribuidoras son extremadamente difíciles de encontrar en librerías, y en pocos casos aparecerán en lugar visible (mesa de novedades, escaparates, etc…).

Pero imaginemos por un momento que las librerías sí aceptaran tratar con la editorial directamente. En ese caso, los envíos de sus libros a los puntos de venta tendría que realizarlos la propia editorial, por lo que debería asumir el gasto que antes recaía sobre las distribuidoras (envíos postales, flota de vehículos, combustible, operarios de transporte…). Como podemos imaginar, al final estaríamos en el mismo punto: alguien tiene que llevar el libro a los puntos de venta. Y no he mencionado el almacenaje de los ejemplares. Las editoriales, que normalmente funcionan en reducidas oficinas (salvo las más grandes, por supuesto), tendrían que disponer de un espacio físico donde guardar su stock mientras realizan los envíos, porque ninguna imprenta estaría dispuesto a almacenar tantos ejemplares sin cobrar por ello.

Prescindamos pues de ambas. Que la editorial venda exclusivamente en su tienda online o en otras externas. Para el comprador es incluso más cómodo: recibe su libro en casa, sin tener que desplazarse, lo que le supone además un ahorro en combustible. Pero, sin contar el grave inconveniente del almacenaje, surge un nuevo problema: la mayoría de ventas de libros en nuestro país sigue realizándose a través de tiendas físicas. La gente todavía quiere acudir a una librería, hojear el libro, echar una mirada a las novedades, dejarse aconsejar por el dependiente. Un libro de papel es un objeto físico, por lo que seguimos prefiriendo comprarlo presencialmente. También mucha gente sigue teniendo reparos a la hora de adquirirlo por Internet, temerosos de realizar transacciones económicas virtuales por cuestiones de seguridad. Prescindir de las librerías sería por tanto darle la espalda a la mayoría compradora en este país. Hoy por hoy no resulta factible en tanto no cambien los hábitos de compra.

alt="precio fijo libros, javierpellicerescritor.com"Desmantelar el precio fijo de los libros

En España existe lo que se conoce como precio fijo de los libros, que impide que los vendedores puedan establecer el importe que deseen. Solo se permiten descuentos en las novedades en ferias del libro y similares. Por supuesto, si este Real Decreto cambiara, se impondría una competencia de precios que para el lector sería, en principio, muy sana. En Estados Unidos hay muchas novedades que pueden encontrarse a mitad de lo que sería su precio habitual, precisamente porque no existe esta ley.

Pero, de nuevo, existe un lado oscuro en esta solución. Si las tiendas pudieran poner el precio que desearan a los libros, probablemente nos encontraríamos con una competencia desleal por parte de las poderosas grandes superficies. Estas podrían utilizar a los libros rebajados como reclamo para atraer clientes, vendiéndolos por debajo de su precio de coste incluso, algo que está dentro de sus posibilidades pues se trata de grandes multinacionales con posibilidad de compensar estos importes gracias a la venta de otros productos. Condiciones que en ningún caso podrían ser igualadas por las librerías de barrio, pues su fuente de ingresos se basa exclusivamente en la venta de libros. Esto es lo que ha ocurrido en Reino Unido o en Estados Unidos, por ejemplo, donde la ausencia del precio fijo ha comportado que las ventas sean acaparadas por los grandes gigantes, como Amazon o Barnes & Noble.

La repercusión también sería negativa para la literatura como tal. El mundo literario ya está muy mercantilizado, pero sería mucho peor si el libro se convirtiera en un producto cuyo valor fuera solamente el de captar clientes para otros productos.

Y, aunque no lo parezca, también tendría una incidencia negativa en el lector a largo plazo. Sin las librerías pequeñas e independientes, sería mucho más difícil encontrar libros raros, minoritarios o de editoriales pequeñas. Ya sabemos lo que abunda en las estanterías de las grandes superficies: los libros de moda.

alt="ebooks, javierpellicerescritor.com"Nuevos formatos, nuevas fórmulas

No deja de ser curioso que en una época de crisis económica como la que vivimos, un formato tan válido en otras épocas como la edición de bolsillo esté perdiendo presencia a marchas forzadas. Resultaría lógico pensar que en este contexto una versión tan barata ganara fuerza e incluso se impusiera a la edición clásica «de lujo».

La respuesta a este supuesto enigma es, por supuesto, la aparición del ebook, el libro electrónico, que ha desplazado al libro para llevar. Por mucho que se demonice el formato digial, este ha abierto posibilidades que antes ni podíamos imaginar. De esto hablaré más extensamente en otros artículos, pero es obligado mencionarlo cuando se habla de alternativas de futuro para abaratar el precio de los libros. Es posiblemente el arma más poderosa que existe para conseguir este objetivo, con multitud de ventajas, pero no está exenta de problemáticas. La sombra de la piratería es fuerte (tema del que también hablaré en otra ocasión), y la edición digital facilita esta práctica enormemente (atrás quedan los tediosos escaneos de libros en papel y la reconversión posterior a archivo digital). Y aunque soy de los que piensa que la incidencia de las descargas ilegales no es la principal causa de la crisis editorial, el temor por parte de las casas editoriales está justificado, teniendo en cuenta el riesgo de inversión que asumen. El ebook sería la alternativa perfecta en un mundo donde los consumidores estuvieran educados en la consigna de que el libro digital tiene también un coste por el que hay que pagar, y donde las (grandes) editoriales asumieran plenamente que un archivo debe tener un precio mucho menor al que algunas de ellas ofrecen.

alt="publicidad en libros, javierpellicerescritor.com"La intervención de la publicidad podría, incluso, ser aplicada en el formato tradicional en papel. Imaginemos esa novela de 350 páginas de la que hablábamos en la primera parte del artículo, y donde se incluyeran, por ejemplo, diez páginas con publicidad al principio del libro, y que sirvieran para sacar beneficios y abaratar el precio (entendiendo que se tratara de anuncios adecuados que no «ensuciaran» la dignidad del libro). No supondría un problema mayor para el lector, que bien podria ignorarlas e ir directamente a la historia. Nos toparíamos, por supuesto, con la oposición de quienes consideran al libro un artículo cultural y verían la inclusión de anuncios como un sacrilegio. Personalmente es una de las propuestas que más me convence, pero también es un sistema que penalizaría la publicidad en libros de autores noveles y desconocidos, en favor de los superventas.

Por último, me gustaría mencionar una nueva fórmula que desde hace un tiempo empieza a popularizarse, como es el crowfunding. En literatura se está aplicando con éxito desigual. Conozco de primera mano casos donde algunas editoriales han logrado sacar adelante proyectos de crowfunding, posibilitándoles la publicación de libros a precios más asequibles al reducir riesgos (las ventas se acuerdan antes de la creación física de los ejemplares, por lo que no hay devoluciones). Otros intentos, en cambio, se han quedado a medio camino. Este método implica una gran campaña informativa y un «machaque» constante en redes sociales, lo que agota en ocasiones al público potencial.

Como conclusión a esta serie de artículos, y respondiendo a la pregunta inicial, en mi opinión no se puede hablar estrictamente de que los libros sean caros. No cuando los beneficios de un producto apenas superan los costes de producción y distribución. Al consumidor sí puede parecérselo, debido al descenso de su poder adquisitivo, pero los datos contradicen esta percepción subjetiva. En contraposición, la cantidad de disfrute potencial que aporta un libro es muy superior al precio desembolsado. Y en cuanto a posibles propuestas para adecuar los libros a la realidad adquisitva de los españoles, hemos visto que por separado ninguna es factible, y que quizás la mejor solución pasaría por la combinación de varias de ellas junto con alguna innovación que personalmente se me escapa, y que en todo caso permitiera satisfacer al máximo número de partes posibles.

Aunque, como en toda evolución, siempre habrá algún perjudicado.

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Lee la primera parte del artículo AQUÍ

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