Artículo Historia

El ejército de Aníbal

Aníbal Barca es un personaje de leyenda, carne de multitud de novelas porque no ha habido otro igual en la Historia. Yo mismo lo he convertido en personaje de dos de mis novelas. Mucho hemos fabulado sobre él, cuando en realidad sabemos muy poco directamente. ¿Podemos confiar en las fuentes clásicas, teniendo en cuenta que fueron escritas por sus enemigos, o los afines a estos? En parte, sí. Porque aunque Livio, Polibio o Cicerón hablaran de un Aníbal cruel, de la lectura de sus textos se desprende una obligada admiración por sus hazañas. ¿De qué otro modo podía ser? Tal y como narro en «Leones de Aníbal», mi tercera novela, aquel hombre se enfrentó a lo impensable: atravesó la península ibérica, el sur de la Galia y los impracticables Alpes para plantarse en el patio trasero de Roma y poner a la república contra las cuerdas.

alt="Aníbal Louvre"

Aníbal contando los anillos de los caballeros romanos caídos en la Batalla de Cannas (216 a. C.). Mármol de 1704 esculpido por Sébastien Slodtz (Museo del Louvre)

Analizar cada uno de los aspectos que llevaron al estratega cartaginés a acariciar semejante éxito sería largo, e implicaría unos conocimientos profundos más propios de un historiador y no de un escritor de novela (aunque siempre puedes leer mi artículo sobre los orígenes de la Segunda Guerra Púnica) Pero hay algo que siempre me ha entusiasmado en este personaje, mucho más que las magníficas estrategias que elaboró: su carisma, su liderazgo, cualidades que le llevaron a crear un ejército con características únicas en aquella época. Es uno de los puntales argumentales de «Leones de Aníbal». Y sobre ello voy a elucubrar sin anclarme más que a mi razón.
A Cartago se la ha asociado tradicionalmente con la utilización de tropas mercenarias en sus conflictos bélicos. En realidad, no era algo que inventaran los cartagineses: las polis griegas utilizaron unidades a sueldo de uso mixto a partir del siglo V a. C., especialmente desde la Guerra del Peloponeso. Tropas conformadas por la falange de ciudadanos junto con contingentes ligeros especializados de origen extranjero (como era el caso de los famosos honderos baleares). Pero en el siglo III a. C., que es la época que nos ocupa en este artículo, la participación de los ciudadanos en las guerras exteriores de Cartago había perdido peso en favor de los mercenarios. La Primera Guerra Púnica supuso el primera gran salto evolutivo en los ejércitos púnicos. Los ciudadanos eran demasiado valiosos para ser llevados a batallar en tierras lejanas, solo se les utilizaría para la defensa doméstica (como en el caso de la batalla de Bagradas). ¿Para qué arriesgarse, cuando Cartago era por entonces la potencia más rica del Mediterráneo? Mejor apoyar los hombres aportados por los aliados dependientes de la ciudad púnica (mayoritariamente africanos, sieno los númidas los más famosos) con soldados contratados a sueldo (íberos, baleares, etc…).
En muchas ocasiones estas contrataciones se hacían apelando al orgullo de todos estos pueblos, tal como narro en mi primera novela «El espíritu del lince», donde Icortas, el padre del protagonista Icorbeles, es buscado por un reclutador púnico. Algo muy similar a lo que ocurre con Leukón, el joven guerrero celtíbero protagonista de «Leones de Aníbal», y todo su clan de pelendones. Alabanzas y lisonjas debían mezclarse con la promesa de grandes pagas, un botín generoso y el honor que solo la victoria podía reportar. Hasta que lograban convencer a esos líderes locales que no solo aportarían su lanza, sino también la de sus súbditos y clientes.

alt="Hannón y los mercenarios"

John Leech: The Comic History of Rome.
Hannón anuncia a los mercenarios que las arcas públicas están vacías

Pero este modelo no estaba exento de graves problemas, especialmente cuando se perdía la guerra. Cartago se encontró sobrepasada inesperadamente por una Roma por la que nadie había apostado. Una rendición, la firma de unas condiciones terribles y un tributo a duras penas aceptable, vaciaron las arcas púnicas. Y allí quedaron los contingentes mercenarios, alrededor de la ciudad, exigiendo un sueldo que los cartagineses no podían o querían pagar. El malestar pronto se convirtió en rebelión, dando lugar a la Guerra de los Mercenarios.
De todo ello aprendió un general convertido en estratega durante este conflicto: Amílcar Barca. Tras acabar con la rebelión de los mercenarios, con su popularidad por las nubes, Amílcar emprendió su marcha hacia Iberia (en un periplo que pienso sería la inspiración de su primogénito, años después). Allí, acompañado de pocos hijos de Cartago, pasó ocho años consolidando una península ibérica fragmentada. Queda claro pues que Amílcar es quien da los primeros pasos hacia un nuevo modelo de ejército cartaginés. Sería el espejo donde se miraría un Aníbal que además sería más atemperado que su progenitor gracias a la influencia del estratega que medió entre padre e hijo, Asdrúbal el Bello.
Así pues, el ejército que Aníbal habría de heredar disponía de pocos soldados de origen púnico. Es bastante probable que estos se limitaran a los oficiales de más alto rango. Algo que tiene mucho sentido y supone una pieza clave en la solidez de un grupo de soldados tan dispares: ¿estaría dispuesto un íbero, un númida, un celtíbero o un galo a formar junto a soldados de otras nacionalidades, algunos de los cuales eran o habían sido enemigos? Teniendo en cuenta que eran guerreros provenientes de sociedades bastante cerradas (en el sentido militar), resultaría poco creíble. No, todos estos «mercenarios» se aglutinaban junto a los de su pueblo, y obedecían las órdenes de sus caudillos, que hacían las veces de suboficiales. Eran estos quienes recibían instrucciones de los mandos cartagineses, quienes deberían tener en cuenta (según mi opinión) las distintas sensibilidades y el orgullo típico de estos pueblos menos «civilizados».
¿Qué tenemos entonces, cuando Aníbal toma la vara de mando de su cuñado? Un ejército lleno de pueblos íberos, celtíberos y númidas, principalmente. Un grupo que, a pesar de mantener la fiereza propias del guerrero, conoce y acepta la disciplina del soldado (no tan estricta como la de los legionarios romanos, por supuesto). Los suboficiales son veteranos a los que la familia Bárquida ha conseguido fidelizar gracias a un trato justo (a pesar de que muchos de ellos habían sido vencidos durante las distintas contiendas en oposición a Amílcar o Asdrúbal), cabecillas que han transmitido ese aprecio hacia el líder púnico a sus súbditos. Una buena prueba de esa lealtad la tenemos en lo ocurrido tras el triunfo en el asedio de Sagunto: Aníbal envía a las tropas nativas a sus hogares, en un permiso sin obligación de retorno. Una estrategia temeraria, podría pensarse: ya se sabe que el sabor del hogar puede encadenar a cualquier hombre, y tentarlo para no volver a emprender marcha alguna. No fue eso lo que ocurrió. La estrategia de Aníbal resultó todo un éxito: los soldados íberos y celtíberos regresaron a sus poblados, en efecto. Pero una vez allí, hablaron maravillas de aquel general que tan bien los trataba, y con el que siempre conseguían la victoria. El boca a oreja hizo el resto, y cuando los licenciados volvieron voluntariamente para lanzarse a una nueva aventura, no lo hicieron solos, sino trayendo consigo a muchos más compatriotas, hechizados por la buena prensa del estratega.
Cuando Aníbal partió de Sagunto (proveniente de Cartagena, donde había pasado el invierno del 218 a.C.) y se encaminó hacia el norte (escondiendo probablemente el destino final a sus tropas), comandaba no a un ejército cartaginés, sino a su ejército. Los soldados que lo acompañaban no luchaban por Cartago, sino por un hombre al que merecía la pena seguir. ¿Podría considerarse que era un pueblo nuevo? La imaginación de un escritor tiende a una visión así de romántica, pero probablemente sea una exageración. De lo que no cabe duda es de que el tiempo que compartirían estos hombres, al amparo de aquellos veteranos y de un general que gustaba de mezclarse con los suyos, los convertiría en hermanos de armas con un único fin por encima incluso de la soldada: la gloria. Es al menos la premisa que he seguido en «Leones de Aníbal».
Sí, era el Ejército de Aníbal, pues él les daba sentido y cohesión. Se erguía como el pilar, aquel que en sus horas más bajas, con el frío de los Alpes congelando los huesos, les daba fuerzas:

«En la madrugada del tercer día, el ejército reanudó su pesada marcha sobre un terreno cubierto de profunda nieve. Aníbal veía en todos los rostros una expresión de apatía y desaliento. Cabalgó hacia delante, hasta una altura desde la que tenía una visión amplia y extensa, y deteniendo a sus hombres les señaló las tierras de Italia y el rico valle del Po que se extiende a los pies de los Alpes. «Estáis ahora», dijo,«cruzando las fronteras no solo de Italia, sino de la propia Roma. De ahora en adelante todo os será suave y fácil”.» (Tito Livio)

alt="Aníbal desde los Alpes"

Aníbal vencedor contemplando por primera vez Italia desde los Alpes (Francisco de Goya,1770)

Y si Aníbal, que les había llevado tan lejos, les decía aquello, ¿cómo no iban a creerle? Porque la argamasa de ese grupo de hombres era el carisma de quien los comandaba. Las estrategias ganaban las batallas, y las astucias conseguían ventajas. Pero el carisma de Aníbal alentaba las voluntades del mismo modo en que lo hizo un siglo antes su admirado Alejandro Magno. Y lo conservó durante más de una década. Resulta abrumador, si se tienen en cuenta las circunstancias: hombres rudos acostumbrados a guerrear entre sí, y que se mantuvieron unidos en torno a una figura durante dieciséis años (hasta el desastre de Zama). Tal vez algo tuviera que ver la famosa Devotio ibérica. Quizás, aquel hombre magistral valía el que íberos y celtíberos rindieran su alma ante él.
La Historia, al menos, así lo ha hecho.

Fuentes:
·LIVIO, T. Historia de Roma.
·POLIBIO. Historias.
·GÓMEZ DE CASO ZURIAGA, J. (2001) Amílcar Barca, táctico y estratega. Una valoración. Polis. Revista de ideas formas políticas de la Antigüedad Clásica 13.
·BARCELÓ, P. (2000) Aníbal de Cartago.
·QUESADA SANZ, F. De guerreros a soldados. El ejército de Aníbal como un ejército cartaginés atípico.

SI TE HA GUSTADO ESTE ARTÍCULO, COMPÁRTELO

Otros artículos similares:

ANTES DE «LEONES DE ANÍBAL» – ORÍGENES DE LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA

Estándar

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.